La diferencia entre el sexenio de Peña y el de López Obrador es que ahora son cuatro muertos menos.
Tremenda distancia.
Claro, en el 2014, los que murieron eran normalistas de Guerrero y estaban estudiando a Marx y Lenin.
Ahora, todos son seres humanos desesperados que salieron de su país por hambre y terror, y llegaron a la frontera norte y fueron encerrados.
No sabemos cuántos habían leído el “Manifiesto del Partido Comunista” o incluso si había quienes ni siquiera sabían leer.
En 2014 “fue el Estado”.
Esa fue la consigna que llegó a todos los rincones del globo.
Con ese hecho se terminó, de facto, el sexenio.
Peña se convirtió gradualmente en un paria de la política mexicana, y entregó la Presidencia a su más recalcitrante opositor.
Ayotzinapa marcó en buena medida la historia del país.
El prometedor proceso de reformas, que parecía una reedición del proceso de modernización del país en la década de los 80 del siglo pasado, se truncó abruptamente.
Quedó la imagen de un gobierno corrupto –que lo fue– y no de uno que logró concitar la unidad para lograr cambiar los dogmas.
La narrativa del sexenio cambió abruptamente y con ella la historia del país.
Sin Ayotzinapa, las cosas hubieran sido muy diferentes y lo que hoy estaríamos viviendo sería otra historia.
Hoy, ¿habrá una diferencia tan grande marcada por 4 fallecidos más?
Esa no es la diferencia.
El efecto diferente habrá dependido de los anticuerpos que tiene el presidente López Obrador.
Si me permite una metáfora, Enrique Peña era un presidente al que iba a infectar cualquier bicho. Y no fue cualquiera. Fueron los 43.
Andrés Manuel López Obrador está inoculado. No bastan ni 39, ni 390, ni aunque hubieran sido 3 mil 900. Van miles y miles más, y él está como si no hubiera tenido responsabilidad alguna.
Hay una amplia base de su electorado que está dispuesta a endosarle la responsabilidad de la tragedia a cualquiera que no sea el presidente o sus allegados.
Este episodio debiera levantar todas las alertas de la oposición.
Me extraña que personas inteligentes y perceptivas sigan pensando que los electores en 2024 van a actuar de manera informada y razonable.
Y que, por ejemplo, van a atribuirle al Estado mexicano, encabezado por el presidente López Obrador, los 39 muertos en la estación migratoria de Ciudad Juárez.
Ojalá tuviéramos un sistema judicial que juzgara a los responsables y que les generara costos políticos, incluso para los que no tendrán responsabilidad penal.
El país en el que vivimos no es así.
Los electores no se comportarán de esa manera.
Serán complacientes con quien siguen creyendo que es un justiciero y que defiende a los pobres, y, por lo tanto, se le justifica que su gobierno deje morir “solo” a 39 personas.
Para la oposición, López Obrador es todo un acertijo.
Cada evento hace más compleja su ecuación.
Y si hay quienes piensen que con los 39 muertos de Juárez van a generar una respuesta equiparable a los 43 de Ayotzinapa, más vale que lo piensen dos veces.
La historia, quizás, nos recriminará que nunca entendimos cómo hacer frente a una presencia social tan poderosa, como la de López Obrador.
Quizás. Porque hasta ahora, ni los teóricos más profundos, ni los políticos más astutos, lo saben.
En efecto, todavía no y esa ignorancia probablemente determinará la historia de los próximos años o… incluso décadas.