De acuerdo con algunos de los senadores que estuvieron presentes en la reunión celebrada en Palacio Nacional el viernes 28 de abril, el presidente López Obrador señaló que esperaba que en un lapso aproximado de tres meses ya estuviera resuelta la selección de la candidata o el candidato de Morena a la presidencia de la República.
Con algunos de sus más cercanos, desde hace algunas semanas, AMLO ya había expresado que esperaba que la definición no rebasara el mes de agosto.
Es decir, cuando se envíe al Congreso el Quinto Informe de Gobierno y el presidente convoque a escuchar su mensaje político, ya deberá estar definido el nombre de la candidata o candidato a la presidencia.
No era ese el plan original.
La idea primaria en Morena era que después de las elecciones del mes de junio se hiciera una primera encuesta a la que pudieran apuntarse todos los interesados. A partir de ella, habría una selección de los candidatos punteros, y luego por allí del mes de octubre o quizás de noviembre habría una segunda encuesta definitiva en la que se definiera finalmente al candidato.
Por los señalamientos de AMLO, el mecanismo habría cambiado y habría exclusivamente una única encuesta.
De hecho, al término de esta semana, se supo que hay la intención de que la convocatoria a la definición del candidato presidencial de Morena quede lista y acordada con los interesados antes del 15 de junio, apenas días después de las elecciones estatales del 4 de junio.
Algunos de los asistentes a la reunión del 28 de abril en Palacio Nacional han señalado que el presidente expresó su preocupación por la posible división en Morena en el proceso de selección del candidato presidencial.
Por ello pidió unión. Pero al mismo tiempo limitó el periodo en el que habrá competencia.
¿Qué ocurrió a partir de entonces?
Más allá de los diversos dichos, hay dos hechos claros.
Por una parte, la aceptación del senador Monreal del resultado que defina Morena, a pesar de que él, por muchos meses, rechazó que se hagan encuestas y presionó para que el mecanismo de definición fuera una elección primaria, lo que no tiene contemplado su partido.
Monreal señaló que él levantaría la mano a quien resultara triunfador del proceso y rechazó cualquier posibilidad de contender por otras siglas pese a que, en entrevistas, aceptó que había recibido invitaciones para hacerlo.
La lectura de la mayoría de los enterados es que Monreal ya ha aceptado, de facto, que él no será el candidato presidencial y ha comenzado la negociación para definir su posición en el periodo 2024-2030.
El otro hecho relevante fue la renuncia de la subsecretaria de la SRE, Martha Delgado, para dedicarse por entero a promover la candidatura de Ebrard a la presidencia.
La lectura que se dio al hecho es que el canciller sabe que ya queda poco tiempo y que debe emplearse a fondo si quiere al menos estar en capacidad de competir.
En sus declaraciones, Ebrard reclamó a la dirigencia de Morena su omisión para responder a sus demandas de que se fije una fecha de renuncia a sus cargos, se organicen debates de aspirantes y se establezcan reglas para la encuesta que habrá de definir la candidatura.
El canciller sabe que la ventaja en las encuestas la tiene Claudia Sheinbaum, pero ésta no es de tal magnitud que no pudiera remontarse.
Esto es correcto, en la medida que hubiera una real competencia en los términos en los que él está solicitando.
Pero, si como se percibe en muchos ámbitos, López Obrador ya definió a su preferida, y con ello ya desencadenó la ‘estampida de los búfalos’ para apoyar a la Jefa de Gobierno, Ebrard queda en una posición muy compleja.
Si sigue las reglas, va a perder la encuesta porque no hay quien pueda en este momento competir con la voluntad presidencial.
Pero si se salta las reglas, también va a perder porque le dejaría el camino abierto a Sheinbaum y desde afuera de Morena sería casi imposible ganar, al menos tal y como están las cosas.
Siempre pueden cambiar las circunstancias en la política, pero esos son los escenarios del presente.
A diferencia de Monreal, que ya dio indicios de que ya negoció y aceptó las reglas, Ebrard sigue en la disyuntiva.
Es un dilema al estilo Hamlet.
Cualquier decisión que tome va a tener un costo, para él y para el país.
Y también está claro que es una de las muy pocas personas cuyas determinaciones influirán, de uno o de otro modo, en el futuro político del país en los próximos meses.
¿Ser o no ser?