Las campañas y precampañas electorales, como las estamos viviendo, se encuentran llenas de mentiras.
Permítame contarle lo siguiente.
Uno de los precandidatos presidenciales de la oposición me contó que alguien muy cercano y de plena confianza le dijo que sería un enorme error explicarle a la gente que, para mantener los programas sociales instalados en el gobierno de López Obrador, seguramente sería indispensable hacer una reforma fiscal.
Los ricos del país o incluso la clase media, ante esa posibilidad, probablemente dirían que se trata de algo que va en contra de sus intereses y quizá pensaran que es mejor seguir como estamos.
Y los de menores ingresos, si acaso llegaran a enterarse de la propuesta, pensarían que se trata de ponerle el IVA a los alimentos y de inmediato protestarían.
Este aspirante me comentó que sus asesores le sugirieron no decirle a la gente lo que el país realmente necesita… sino lo que quiere oír.
En una campaña electoral, explicar la complejidad del proceso de gobernar y describir todo lo que se tiene que hacer para reconstruir al país, es prácticamente suicida.
Una ventaja de Morena es que cualquiera que sea su candidato, lo único que tendrá que decirle a los electores es que las cosas van a seguir muy parecidas, con programas sociales y proyectos de infraestructura… aunque ya no haya mañaneras.
Los candidatos de Morena tratarán de usar el capital político que representan el carisma y la popularidad de López Obrador.
Y como él, seguramente seguirán ofreciendo soluciones simplistas a problemas complejos.
Tal vez la diferencia principal es que ahora será difícil echarle la culpa de los problemas a los políticos del pasado. En todo caso será a los del ‘antepasado’.
Los detractores de Morena piensan que el argumento es insostenible, y que habrá una mayoría que le pase la factura al gobierno actual por los desastres que hemos tenido en los últimos años.
Y lo serían aún más si el gobierno de López Obrador no hubiera corrido con una gran suerte.
No solamente la pandemia encubrió el desastre que trajeron consigo muchas políticas, sino que como resultado de ella y de algunos otros hechos de la escena internacional, como por ejemplo el conflicto entre Estados Unidos y China, de rebote le cayó a México una extraordinaria oportunidad de crecimiento que le ha permitido amortiguar el efecto de políticas destructivas de la inversión.
Además, la actitud de Estados Unidos en una coyuntura en la cual el gobierno del presidente Biden se enfrenta a una crisis migratoria en la cual necesita desesperadamente a México, le da al gobierno de López Obrador márgenes de maniobra con los cuales no contaría en otras circunstancias y quizás ya estaríamos sufriendo sanciones por parte de EU.
Claro que no basta con encontrar coyunturas afortunadas. Hay que saber aprovecharlas.
Y, el gobierno de AMLO ha sido hábil para no pasarse de la raya, con objeto de aprovechar su suerte.
La autonomía del Banco de México, que hasta ahora ha respetado escrupulosamente y no ha atacado, a diferencia de lo que ha ocurrido con otros organismos autónomos o incluso con otros poderes, como la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Con eso y con una política fiscal conservadora, ha contribuido a evitar una crisis financiera que quizá hubiera sido la gota que hubiera hecho derramar el vaso del descontento de muchos.
A veces se piensa que los procesos políticos están determinados de antemano, con destinos que ya están escritos.
La realidad es que pocas veces es así.
En muchas ocasiones son un conjunto de elementos azarosos lo que determina el curso final de las cosas.
El gobierno de López Obrador tiene la posibilidad de no terminar su gobierno en una condición de crisis financiera, sino incluso con un crecimiento mejor de lo esperado, gracias a los pleitos entre China y Estados Unidos.
En la política, así como lo es en el futbol, la suerte es un ingrediente que no puede despreciarse.