Las grandes movilizaciones del 27 de noviembre del 2022 y del pasado 26 de febrero fueron convocadas y articuladas por organizaciones de la sociedad civil.
Algunos integrantes de partidos políticos se sumaron a ellas, pero no fueron sus protagonistas.
Con estas concentraciones, algunos pensaron que la sociedad civil había adquirido la fuerza necesaria para condicionar a los partidos y obligarlos a que se sujetaran a la voluntad de los ciudadanos.
La realidad es que no es así.
Quienes pensaron de esa manera se equivocaron en el diagnóstico.
Otros pensaron que los recurrentes llamados al voto en el Estado de México hechos por estos mismos grupos iban a sorprender, como lo hicieron con las grandes marchas, y que lograrían un resultado fuera de todo pronóstico, con una derrota de la candidata de Morena.
La realidad mostró que no fue así. La participación ciudadana fue de apenas 50.1 por ciento, inferior incluso a la registrada seis años antes, que fue de 53.5 por ciento.
Los análisis muestran una tendencia por distrito y sección en la que una mayor tasa de participación favoreció a Alejandra del Moral frente a Delfina Gómez.
Claramente, el triunfo de Morena se cifró en una baja participación de los ciudadanos.
Las dirigencias de los partidos políticos que forman la alianza opositora se han mostrado en disposición de dialogar con las organizaciones de la sociedad civil, pero tenga la certeza de que no van a entregarles el proceso de designación del candidato presidencial de Va por México.
Lo complicado es que algunas de esas organizaciones y, más aún, algunos de sus dirigentes, rechazan a los liderazgos de los partidos opositores que consideran que ven más por su interés que por el del país.
El laberinto en el que se encuentran es que, en realidad, la única posibilidad de enfrentar a la “corcholata” que resulte triunfadora en el proceso interno de Morena y sus aliados, es sumando fuerzas en una alianza.
En las fantasías de algunos de los dirigentes de organizaciones ciudadanas está la pretensión de que los partidos políticos opositores pongan sus siglas y sus maquinarias electorales al servicio de los ciudadanos representados por ellos.
Eso no va a ocurrir.
Cuando el próximo lunes 26 de junio, los partidos agrupados en Va por México anuncien la forma en la que elegirán su candidato presidencial, no espere milagros.
Si alguien de las organizaciones ciudadanas quiere contender tendrá que ser en los términos que fijen las dirigencias.
Hay el consenso de que el requisito del millón de firmas mencionado por Marko Cortés hace algunas semanas es excesivo.
Pero también lo hay en cuanto a que deberá darse algún tipo de selección para el proceso de la decisión final respecto al candidato, que no deberá darse más allá de septiembre.
Los políticos tienen una terminología para referirse a personajes que pueden ser conocidos en los medios, sobre todo entre las clases medias: dicen “tienen aire”.
Y se refieren también a quienes siendo muy conocidos o no cuentan con respaldo de estructuras de comités, organizaciones, redes, etcétera. En ese caso refieren que “tienen tierra”.
Hay líderes ciudadanos que ‘tienen aire’, pero muy pocos ‘tienen tierra’.
La selección del candidato o candidata opositora seguramente va a contener alguna mezcla de la medición de las dos cosas.
Y no habrá ninguna aparición milagrosa. Quien abandere a los opositores, será alguna persona de las que están en las listas que ya conocemos.
Para la sociedad civil, lo relevante será influir de la manera más positiva en una contienda en la que no hay un resultado definido de antemano y en la que cualquiera puede ganar, en una contienda interna o en la elección constitucional.