El método de elección del candidato de la oposición a la Presidencia en 2024 obtuvo un respaldo casi generalizado.
Aunque hubo algunas voces que marcaron desacuerdo, fueron las menos y solo en detalles.
Obviamente, el presidente López Obrador desacreditó el proceso y dijo que todo era una faramalla y que, en muy pocos días, él diría –porque los conoce– quién va a ser el candidato. Era de esperarse.
Quizás todo sea ganas de influir en el proceso y preocupación porque le van a disputar la atención pública.
Los que han rechazado el método de manera más tajante son quienes pensaban que los partidos políticos iban a salirse del proceso e iban a dar todo el espacio a las organizaciones de la sociedad civil.
Era impensable que eso ocurriera, y una ingenuidad imaginarlo.
Es más, aun cuando fuera relativamente sencillo –que no lo es– registrar candidaturas independientes a la Presidencia, respaldadas por ciudadanos, la mayoría de los interesados en el proceso electoral del 2024 saben que la única posibilidad de competir seriamente con Morena y la ‘corcholata’ que resulte designada, es a través de un frente amplio que incluya a los partidos políticos de la oposición.
No se entiende a quienes piensan que cualquier cosa que toquen el PRI, el PAN o el PRD, va a ser desacreditado y está condenado a perder.
O no leen la realidad o están jugando –tal vez inconsciente e involuntariamente– a favor de Morena.
Les pongo sobre la mesa solo algunos datos que hablan de la competencia electoral que realmente existe en México.
En las elecciones para diputados federales en el 2021, la coalición encabezada por Morena obtuvo 7.9 por ciento más votos que los partidos de la alianza Va por México. Hay que recordar que, en el 2018, el PRI junto con el PVEM y Nueva Alianza fueron por separado del PAN-PRD-MC. Si esas dos coaliciones hubieran ido juntas, en las elecciones para diputados federales hubieran obtenido el 51.6 por ciento de la votación total y habrían obtenido la mayoría.
En las elecciones estatales de 2022 la diferencia a favor de Morena y sus aliados se ensanchó y llegó a 14.2 puntos porcentuales.
Pero, la tendencia se revirtió. En las elecciones de este año Morena aventajó a la alianza Va por México solo por 1.5 puntos porcentuales en el agregado de las elecciones del Estado de México y de Coahuila.
Aunque en ambos casos, tanto en Coahuila como en el Estado de México, participaron integrantes de la sociedad civil, no lo hicieron de manera formal y organizada, como ahora se pretende con la alianza opositora.
Las cifras son claras, a la hora de las urnas hay más competencia electoral de la que a veces se aprecia cuando solo se observan los resultados de las elecciones a gubernaturas o las encuestas.
Ese es el contexto de la definición del método de la alianza opositora.
Aunque hubo respaldo general al procedimiento, hay algunos casos de aspirantes, por ejemplo, Xóchitl Gálvez, que considera que, en las elecciones primarias de los tres finalistas, debiera haber fórmulas para no tener que desplazarse a una mesa de votación, sino que pueda hacerse por vía electrónica.
Creo que es atendible la preocupación, y la Alianza dejó todavía en el aire varios aspectos precisos de los mecanismos que va a utilizar.
Existen aún muchas preguntas, y el anuncio fue cuidadoso de no responderlas. Es obvio que siguen las negociaciones.
Pero, en medio de las interrogantes que aún quedan, percibo por primera ocasión, un razonable nivel de aceptación del método por parte de los organizadores, así como de la mayor parte de las personas que han decidido participar como candidatos.
Algo que está claro es que finalmente los opositores van a ocupar gradualmente más espacios en la agenda pública.
Quizás por primera ocasión en todo el sexenio, pueda haber una disputa por la agenda pública entre lo que se dice en las mañaneras y lo que las ‘corcholatas’ hacen y dicen todos los días, por un lado, y lo que los opositores van a estar formulando regularmente en sus debates y reuniones, por el otro.
Como quien dice: se abre el juego.
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