Uno de los elementos centrales de un sistema democrático es la aceptación de la derrota entre las fuerzas políticas en la contienda.
En las democracias, ni los triunfos ni las derrotas son para siempre.
De hecho, hay una tendencia natural a la alternancia debido al desgaste natural que en las fuerzas políticas produce el ejercicio del poder.
No es lo mismo un opositor que critica lo que hace un gobierno, que ejercer el mando, con todas las decepciones que trae consigo gobernar.
Cada cierto tiempo, no obstante, aparecen visiones políticas que desconocen este principio y que, de manera velada o abierta, buscan descalificar los principios democráticos, planteando que el camino que marcan es el único posible.
Estos regímenes prosperan sobre todo en tiempos tormentosos, cuando los cataclismos económicos o sociales producen desencanto entre la población y propician la búsqueda de soluciones fáciles a los grandes dilemas.
Cuando los gobiernos de este tipo de fuerzas políticas ven el riesgo de perder el poder, buscan preservarlo a toda costa, sea a través de cambiar las reglas de los procesos electorales o bien aprovechando la posición de mando para cancelar las propias instituciones.
Por ejemplo, el régimen nacionalsocialista que encabezó Hitler llegó al gobierno a través de las elecciones, y desde el poder canceló las instituciones democráticas en aras de los que los nazis proponían como un bien superior: el dominio de la raza aria en el mundo.
Los comunistas nunca aceptaron la democracia, y si participaron en elecciones fue solo como un recurso para hacerse del poder, y desde allí cancelar a lo que usualmente denominaban como la “democracia burguesa”, para avanzar a la instauración de la “dictadura del proletariado”.
Para los comunistas, los fascistas o los nazis, las elecciones y los principios democráticos fueron solo un medio para llegar al poder y desde allí, derruir el sistema que hace posible que puedan perderlo.
Más recientemente, los regímenes populistas de todos los signos se dedicaron a manipular las frustraciones y los descontentos de la gente para ofrecer soluciones simplistas mediante narrativas poderosas ejercidas por líderes carismáticos que eran capaces de movilizar a la gente.
Así se instalaron gobiernos de izquierda y de derecha, producto de la crisis de los partidos tradicionales, en algunos casos, en la búsqueda de desacreditar y debilitar a las instituciones electorales, base de la democracia.
En este contexto, en 2024 habrá dos procesos electorales de gran relevancia para nosotros.
Uno de ellos ocurrirá el 2 de junio, y renovará los poderes federales, las gubernaturas de nueve estados y la mayoría de los congresos estatales en México.
El otro tendrá lugar el 5 de noviembre y renovará la presidencia y la Cámara de Representantes en los Estados Unidos, además de un tercio del Senado.
El gran dilema que habrá en México será que probablemente Morena haga uso de los instrumentos que ofrece el poder para asegurar su triunfo en las elecciones. Ya lo hemos visto desde ahora.
Si ese uso es desmedido y hay un resultado cerrado, estaremos ante la inminencia de una crisis política, sea porque un triunfo ajustado de los opositores no sea reconocido por el gobierno o porque los opositores no reconocen un triunfo de Morena ante el uso ilegal del poder.
El desenlace de cualquiera de estos dos escenarios es de pronóstico reservado.
Y en la otra elección, la de Estados Unidos, las cosas no se ven sencillas.
El número más reciente de The Economist describe cómo los trumpistas están preparando minuciosamente no solo el regreso al poder del expresidente Trump, sino también el desmantelamiento de las instituciones democráticas en Estados Unidos, por ejemplo, mediante la sustitución de miles de funcionarios públicos y la eliminación de la autonomía de instituciones como el Departamento de Justicia o el FBI.
Esa agresión ya comenzó y está diseñada para asegurar tanto la llegada de Trump al gobierno como el control de éste por parte de su grupo, aprendiendo de los “errores” que lo llevaron a perder las elecciones con Biden en 2020 y asegurando la permanencia de los ultraderechistas en el gobierno de EU, por muchos años.
Tal vez algunos piensen que lo que describimos se trata de meras ficciones políticas.
Ojalá lo fueran.
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