Ayer le comenté en este espacio que, sin duda, en muchos ámbitos de la vida pública hay un fuerte deterioro, como en materia de seguridad, salud, educación, entre otros.
Es probable que la Encuesta Nacional de Ingreso Gasto de los Hogares (ENIGH), que se da a conocer esta semana por parte del INEGI, lo refleje.
Pero también le comenté que hay segmentos de la población a los que les ha ido bien. O al menos que, en los años posteriores a la pandemia, hayan tenido una fuerte recuperación, incluyendo el empleo y los salarios.
Pues, tanto los apologistas como los detractores del actual gobierno quedaron molestos con las anteriores afirmaciones.
Los primeros no admiten que en temas como la salud haya un claro retroceso. Y siguen fantaseando, por ejemplo, con que tendremos un sistema como el de Dinamarca. O que somos los medios los que exageramos la problemática de seguridad o los que no entendemos los cambios en educación.
Por otra parte, los críticos de AMLO no aceptan lo que algunos datos duros dicen, documentando una recuperación de diversas variables y en algunos casos, una franca expansión, además, con muy buenas perspectivas.
Uno de los datos relevantes es calculado por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social (Coneval) y corresponde a la evolución de la llamada “pobreza laboral”, es decir, el porcentaje de personas que no tienen un ingreso suficiente para adquirir los bienes elementales. Al término de la administración anterior, en el cuarto trimestre del 2018, ese porcentaje estaba en alrededor de 41 por ciento. En el primer trimestre de este año la cifra llegó a 37.7 por ciento, a pesar del salto que se produjo durante la pandemia.
El crecimiento del ingreso real per cápita, que el mismo Coneval calcula, es de 22 por ciento en esta administración.
Y, el del empleo, medido por la población ocupada que calcula el INEGI fue de 8.9 por ciento en el mismo periodo.
Es decir, tenemos un país de claroscuros. Y en este contexto, hay un nivel de aceptación del presidente López Obrador elevado, cercano al 60 por ciento.
Desafortunadamente, estamos en un país altamente polarizado, en el que se vuelve difícil una discusión de argumentos basados en hechos.
En tal ambiente, los datos que no son consistentes con nuestras creencias se descalifican y demeritan de manera automática.
Es relevante tanto para el gobierno como para la oposición hacer una evaluación ponderada de los hechos.
Pero, a mi parecer, es más importante aún para la oposición.
Por eso mi insistencia en que la narrativa que debe construirse para hacer una propuesta a la ciudadanía debe partir de ese diagnóstico preciso y no de la visión tremendista de que todo el país es un desastre.
Veremos si hay la inteligencia para construir la nueva narrativa que permita tener una más equilibrada competencia electoral el próximo año.
Una baja engañosa
Aunque la inflación de la primera quincena de julio mantuvo la tendencia a la baja y a tasa anual resultó de 4.79 por ciento, acercándose al rango objetivo del Banco de México (3 +/- 1 por ciento), la llamada inflación subyacente está aún muy distante de esa cifra, pues quedó en 6.76 por ciento.
Uno de los factores que ha contribuido al descenso de la inflación es la caída en el índice de precios de los energéticos, de casi 8 por ciento en los últimos doce meses.
Sin este efecto, la inflación general estaría en 5.6 por ciento.
En contraste, el alza de las mercancías alimenticias sigue por arriba del 10 por ciento.
Con este movimiento tan desigual de los precios se ve muy difícil que el Banco de México vaya a considerar pronto una reducción de las tasas de interés.
Menos aún si, como todo parece indicar, mañana la Reserva Federal determina otro incremento de un cuarto de punto porcentual en el costo del dinero.
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