La democracia mexicana tardó muchos años en construirse.
A ella aportaron muchos personajes, de muchas corrientes, a veces incluso contrapuestas.
Por ejemplo, don Luis H. Álvarez fue tan fundamental como Valentín Campa. Ambos, en extremos del espectro ideológico, pero que buscaban la apertura del sistema político mexicano.
Y, en el otro lado, fueron tan opuestos a la apertura Gustavo Díaz Ordaz como Vicente Lombardo Toledano, ambos también en extremos ideológicos.
Esa historia de la democracia mexicana fue catapultada por la izquierda unida y encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas en 1988.
Fue a partir del gran efecto de Cárdenas que el sistema político tuvo que experimentar un gran cambio.
En 1989 por primera vez en la historia hubo un gobernador de oposición, Ernesto Ruffo, del PAN, en Baja California.
A partir de entonces se aceleró el cambio del sistema político mexicano.
Luego del trágico proceso electoral de 1994 que llevó al triunfo de Ernesto Zedillo, se crearon nuevas instituciones electorales y fue estableciéndose un nuevo arreglo político que derivó en la alternancia que comenzó claramente en 1997, cuando Cárdenas ganó la jefatura de Gobierno del DF y el PRI perdió por primera vez la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y culminó en el triunfo de Vicente Fox en la contienda presidencial del año 2000.
La historia parecía irreversible en ese momento. Sugería que México tomaba un rumbo irreversible hacia la modernización política y la democracia electoral.
Independientemente de que uno u otro partido pudieran ejercer el poder, parecía existir ya una estructura legal, política y cultural, que daban solidez a la democracia electoral.
La realidad es que los partidos de la alternancia fueron incapaces. No consolidaron su presencia y propiciaron el regreso del PRI a la presidencia de la República, partido al que años atrás algunos ya le habían extendido su acta de defunción.
La transición democrática se rompió, regresaron viejas prácticas, y el ejercicio del poder del PRI volvió a generar una fuerte corriente contraria al gobierno, que encabezó Andrés Manuel López Obrador.
Él tuvo la habilidad de propiciar una enorme oleada antipriista. Muchos de los que hoy son contrarios a AMLO entre las clases medias entonces respaldaron decididamente a López Obrador porque su prioridad era ver al PRI fuera del poder.
La gran habilidad de López Obrador fue construir un discurso que cuestionaba al sistema y se apoyaba en quienes no habían tenido voz por muchos años.
Su política social puede ser controversial, pero de lo que no cabe duda es que su narrativa, ya en el poder, logró un respaldo que llevó a que Morena tenga el control de 23 estados del país.
Y a que tengamos nuevamente en el poder, y con la posibilidad de seguir en él, a una corriente que no aprecia el sistema democrático moderno que se construyó en el último cuarto de siglo.
El significado de la palabra “democracia” es diferente para Morena respecto a lo que significa para muchos de los opositores.
La razón de que la corriente encabezada por AMLO siga con tanta influencia y perspectiva en la vida del país es que la reivindicación de la democracia ha fracasado.
Al común de la gente le importa más su nivel de vida que las condiciones de equidad de la competencia electoral.
Hay que partir de esa base para entender lo que viene en la competencia del 2024.
Aún no sabemos a ciencia cierta quiénes serán las candidatas, pero podemos anticiparlo.
Y sí sabemos que el discurso de López Obrador será una pieza fundamental de la estrategia electoral del próximo año.
Quienes piensen que, gracias a Xóchitl, AMLO estará contra la pared es que aún no han entendido nada.
Aunque la boleta electoral no tenga el nombre de López Obrador, su nombre estará en la contienda.
No tiene el triunfo asegurado Morena, falta mucho y hay demasiadas cosas que todavía pueden pasar, pero mientras AMLO sea quien enarbole las reivindicaciones de la mayoría, las posibilidades de triunfo de Morena serán muy elevadas.