Si piensa que Acapulco ya vivió su desastre, olvídelo.
El problema mayor es lo que sigue.
Nos hemos concentrado, de modo natural, en los saldos humanos y materiales que trajo consigo el paso del huracán Otis.
La dimensión de la destrucción es tal que apenas la empezamos a descubrir.
En la medida que la información va saliendo nos espantamos de la profundidad de su impacto.
Y lo que falta, que aún no conocemos.
Los esfuerzos ahora tienen que canalizarse al rescate de personas, propiedades y bienes, así como al restablecimiento de los servicios esenciales como agua, electricidad y telefonía.
Pero el mayor de los retos será impedir que se desplome una ciudad que tiene poco más de 800 mil personas como población permanente y en temporada alta varios cientos de miles de personas más como turistas.
Acapulco es la ciudad más poblada de Guerrero y la que genera el porcentaje más elevado de ingresos en la entidad.
Nunca en la historia contemporánea, en esa ciudad se había vivido un desastre de las proporciones que vemos.
El turismo se acabó en el corto plazo.
Algunos directivos de hoteles importantes, a partir de una evaluación rápida de daños, suponiendo que cuentan con los recursos para hacer la reparación, estiman un mínimo de seis meses para reabrir.
Es decir, una parte relevante de la infraestructura hotelera estaría en capacidad de volver a operar hasta el mes de abril de 2024.
Pero, después de un desastre de estas magnitudes, en el caso más afortunado de que vuelvan a atraer turismo, empezarán con cantidades modestas de visitantes y pasará más de un año –en el mejor de los casos– para que la situación se normalice.
Miles y miles de personas se van a quedar sin trabajo y sin ingresos.
Una parte importante de ellos han perdido su patrimonio o este ha sufrido un gran deterioro.
Van a quedarse en la miseria.
En el caso más feliz, si acaban funcionando correctamente las instituciones públicas y los esquemas de donaciones, se resolverá la crisis humanitaria que tiene que ver con tener agua y comida en los siguientes días, muy poco más.
El problema es que serán cientos de miles quienes se queden sin fuente de ingresos.
En cualquier momento y ubicación, esto sería un desastre, pero si agrega la situación social que hoy vive Acapulco, estamos –perdón por las imágenes– es la antesala del infierno.
¿Qué cree usted que diga un ciudadano decente que tiene una semana sin ingresos para dar de comer a su familia si un grupo del crimen organizado le llega con una propuesta para trabajar para ellos con una remuneración que por lo menos le garantiza sobrevivir?
Guerreros Unidos, Rojos, Ardillos, o los grandes cárteles del país, como el de Sinaloa o el Jalisco Nueva Generación, van a estar felices de la cantera que se les ha abierto.
Aunque baje el consumo de drogas en Acapulco, los grupos criminales tendrán las capacidades para ampliar y extender la producción de amapola y tráfico de lo que sea.
Estamos ante una circunstancia que no se había vivido en Acapulco en toda su larga historia.
Pero, además, todo ello va a afectar al estado de Guerrero y zonas aledañas.
No hay que olvidarse que Guerrero, por los acontecimientos de Iguala con los normalistas de Ayotzinapa, fue uno de los factores que hundió al gobierno de Peña Nieto.
Un estado que quizá no pese tanto en el PIB y ahora ya ni siquiera en el turismo, puede impactar mucho en el país completo.
El lunes va el secretario de Hacienda a tratar de organizar un esquema de rescate. Ojalá le salga bien.
Si sale mal, no solo lo pagará Morena sino toda la población del estado y de una parte importante del país.