No lo creía cuando me lo dijeron.
Pero lo corroboré. La página 142 del Atlas de Riesgos del Estado de Guerrero indica que la probabilidad del estado de Guerrero a un ciclón tropical de grados 3, 4 y 5 es igual a cero.
Otis fue un huracán grado cinco.
La cultura de prevención para un fenómeno como el que se vivió es inexistente.
Ya se ha documentado hasta el cansancio que, desde las 24 horas previas al impacto del huracán, hubo alertas suficientemente importantes para generar una reacción.
Ojalá que no vaya a temblar ahora porque la prevención está en cero.
Si tuviéramos gobiernos medianamente responsables hubieran tomado una gran cantidad de medidas.
Pero, abundan la ignorancia, la soberbia, la indolencia y la irresponsabilidad.
Y no crea usted que la responsabilidad es de la banal gobernadora, Evelyn Salgado o de la ignorante presidenta municipal de Acapulco, Abelina López, la que atribuyó a ‘la calor’ la delincuencia, y quien dijo que los robos a comercios son un asunto de cohesión social.
El tema viene desde tiempo atrás.
En la desesperación de atraer inversiones, ignoraron toda advertencia de los niveles de riesgo.
Un huracán grado cinco destruye todos los acabados abiertos de un edificio. Si las ventanas o las puertas expuestas no están configuradas para resistir, acaba con ellas.
Lo que ocurrió con Otis es que devastó el puerto.
No había construcciones adaptadas para resistir un huracán de esta magnitud.
Son pocos los huracanes grado 5 que con esa intensidad han impactado las costas mexicanas.
Pero, el caso más recordado, y más grave, es el de Wilma, del 2005, que fue tremendamente destructivo en la península de Yucatán, y que de hecho cambió la configuración de toda la seguridad de la zona.
Otro huracán que fue un fenómeno fue Patricia, en el año 2015, que tuvo vientos con rachas superiores a los 400 kilómetros por hora. Lo mayor que se haya registrado en la historia mexicana.
Por suerte se impactó en territorio escasamente poblado en la costa del Pacífico.
El hecho es que teníamos la experiencia y los antecedentes, para anticipar el efecto de Otis.
Cuando uno busca en el diccionario de la Real Academia de la Lengua la palabra “indolencia”, lo remite a la cualidad de la indolente, que es aquel “que no se afecta o conmueve”, con el sinónimo de flojo o bien insensible, que no siente dolor.
Eso es exactamente lo que pasó.
En la mente de la gobernadora Salgado seguramente está golpeándola la mala suerte de que haya presentado el desastre cuando su carrera política iba tan bien.
Otros no tenían en su radar ni la menor posibilidad de que hubiera un huracán de esta magnitud.
El número dos del gobierno estatal, el secretario de Gobierno, Ludwig Reynoso, inauguró la convención minera a las 20:30 horas de la noche del martes, cuatro horas antes del impacto de Otis.
A las 18 horas de ese día, los servicios meteorológicos reportaban que en unas cuantas horas vendría un huracán como nunca lo había visto Acapulco.
Y el número dos del gobierno estatal, hacía un recorrido a la exposición, ignorante de la devastación que venía.
Ningún gobierno, del signo que sea, va a reconocer nunca el impacto de un desastre natural.
Por ejemplo, las estadísticas oficiales de los muertos en el sismo de 1985 indican que fueron poco más de 2 mil personas.
Los conteos independientes refieren al menos 20 mil personas.
Hoy hay consigna desde el Palacio Nacional de que el desastre de Acapulco no vaya a aparecer en toda su magnitud.
El desastre también sería para el gobierno.
Los datos son inequívocos. Cuando, a la vuelta de varios años, hagamos los saldos, sin pasión y sin interés, veremos que hay –en el mejor de los casos– varios cientos de muertos en uno de los peores desastres naturales que hayamos sufrido.
Pero mientras tanto, el gobierno de AMLO dirá que debemos exaltar que no nos fue tan mal.
Increíble.