Pues no serán tres ni cinco, sino por lo menos 10 y podrían ser hasta 20.
Esto dijo ayer el presidente López Obrador, respecto al paquete de propuestas de reforma constitucional que serán presentadas el próximo 5 de febrero.
¿De qué reformas se trata?
De la del Poder Judicial; de la político-electoral; de la de pensiones; del salario mínimo; de la austeridad republicana; de la del Bienestar; de la Guardia Nacional; de los órganos autónomos; del sistema ferroviario, y de pensiones a adultos mayores.
Más las que se acumulen.
De algunas ya conocemos un poco de su contenido. De hecho, ayer AMLO amplió lo que tendrá la reforma judicial, a partir de los candados para que alguien aspire a convertirse en magistrado o ministro sobre la base del voto popular.
En otros casos, no hay claridad respecto a lo que van a contener.
Se ha dicho insistentemente que, con el actual balance legislativo, no hay ninguna manera de que las iniciativas tengan el respaldo de las dos terceras partes del Congreso para ser aprobadas.
Presuntamente, AMLO le apuesta a que, en el mes de septiembre, en el último mes de su mandato y con un Congreso renovado, pueda obtener las condiciones para que las iniciativas sean aprobadas.
De acuerdo con las encuestas publicadas hasta ahora, Morena podría obtener la mayoría absoluta en las dos cámaras del Congreso.
Pero, las probabilidades de que obtenga la mayoría constitucional son prácticamente nulas.
Esto quiere decir que, efectivamente, las probabilidades de que esas iniciativas que se darán a conocer el 5 de febrero se conviertan en realidad, son bajísimas.
Entonces –ya lo hemos comentado– ¿por qué la insistencia de lanzar un enorme paquete de reformas constitucionales?
A mi parecer, hay dos razones.
La primera tiene que ver con la estrategia electoral.
El contenido de esas reformas será muy popular. Se espera que en la medida que se difunda, se logre un respaldo mayor de la población a todas las candidaturas de Morena, desde la de Claudia a la Presidencia como de la de miles a puestos municipales.
No está equivocada la estrategia. Creo que habrá muchos que respalden las iniciativas del presidente. Y será complicado argumentar en contra de cada una de ellas.
La segunda razón, a mi parecer, le importa más a López Obrador.
Se trata de crear una agenda política para el nuevo gobierno.
AMLO no quiere darle la oportunidad a Claudia para que ella sea quien fije sus prioridades y sus acentos.
Muchos dicen: AMLO y Claudia son lo mismo.
La realidad es que, cuando uno entra a los detalles y a las intimidades, resulta que no son iguales.
Vaya, si AMLO tuviera una plena confianza en que Claudia replicaría lo que ella piensa si gana la Presidencia, ni se preocuparía en su herencia.
Pero, es muy astuto y sabe que no es así.
En contra de lo que muchos suponen, hay discrepancias importantes y AMLO está buscando la manera de dejarle a la exjefa de Gobierno de la CDMX su agenda.
Quienes aseguran que Claudia es una mala copia de López Obrador ignoran la historia de México.
No recuerdan cómo se camuflajeó Echeverría antes de aparecer como el político que iba a enarbolar la “apertura democrática”, contra todos los impulsos de Díaz Ordaz.
O la manera en la que López Portillo le dio portazo a su amigo de su juventud, desterrándolo como embajador en la Islas Fidji.
Y hay muchos otros ejemplos.
Dicen algunos: “pero AMLO es diferente y Claudia es incondicional”.
Cuando la discusión versa sobre creencias, los argumentos se vuelven inútiles.
Tampoco es relevante lo que ella diga hoy. Ni siquiera es candidata aún.
Si acaso ella fuera la que ganara la elección presidencial, sobre la base de la realidad que entonces surgirá, lo invito a que retomemos esta discusión.