El martes 6 de febrero, durante su conferencia matutina, el presidente López Obrador explicó por qué en ese momento presentaba sus propuestas de reforma constitucional y no antes: indicó que era debido a las próximas elecciones.
Existe un consenso generalizado entre los observadores de que las 20 propuestas de reforma planteadas por AMLO serán un instrumento de campaña.
El mismo 6 de febrero, la candidata de Morena, Claudia Sheinbaum, anunció que estas propuestas formarían parte de su plan de gobierno, implicando que es poco probable que se aprueben durante esta legislatura y que serán un punto destacado en la campaña.
El líder de la mayoría morenista en la Cámara de Diputados, Ignacio Mier, mencionó que se discutirán en parlamento abierto e invitó al líder de los senadores morenistas, Ricardo Monreal, a que ambas cámaras participen en su discusión, a pesar de que la cámara de origen sea la de diputados.
Aunque la oposición insiste en que se trata de una cortina de humo para desviar la atención de la opinión pública de temas sensibles para la presidencia de la República, como la relación con el narcotráfico, el tráfico de influencias o la inseguridad, el hecho es que habrá debate y no hay manera de evitarlo.
Aunque cada iniciativa tenga su lógica propia, todas juntas tienen un sentido global.
Cuando AMLO hablaba de ponerle un “segundo piso” a la Cuarta Transformación, en realidad se refería a otorgarle al presidente o presidenta de la República proveniente de Morena un poder tal que pueda tomar decisiones sin los obstáculos que presentan la Corte, el Poder Legislativo o los órganos autónomos.
La “venta” de las propuestas a los electores implica que, si se desean mejores salarios, pensiones más elevadas, becas, agua y otros satisfactores materiales, es necesario eliminar ‘los obstáculos’ que las “reformas neoliberales” han creado para la presidencia de la República.
Uno de los principios fundamentales del discurso populista es ofrecer soluciones sencillas a problemas complejos. Como cualquier buen publicista sabe, los mensajes deben ser simples e impactantes. Esto presenta un desafío considerable para la oposición y cualquier persona que pretenda enfrentarse al discurso populista. Responder implica presentar argumentos que, a menudo, no son simples, lo que supone una gran desventaja en el debate.
Tomemos como ejemplo el tema de las pensiones. AMLO prometió revertir las reformas “neoliberales” para permitir que la gente se retire con el 100% de su salario después de 30 años de trabajo. Sin embargo, la redacción de la iniciativa muestra que no se revirtió tal situación y que no todos los jubilados se retirarán con el total de su último salario. Además, no se definió un esquema de financiamiento sostenible, por lo que su futuro es incierto.
Plantear lo anterior requiere ofrecer argumentos, datos y razones. No es un mensaje simple y claro, y convencer a la gente de que escuche lo que no quiere oír, es decir, que no será posible el retiro con el 100% del salario, siempre es más difícil que creer en la propuesta presidencial.
En este contexto, no está claro por qué Xóchitl Gálvez eligió realizar giras internacionales en estas semanas, como la reciente en Estados Unidos y la próxima en España, ya que aportarán poco a su campaña, que necesita remontar.
Incluso las movilizaciones del 18 de febrero, que sin duda convocarán a numerosos contingentes, generarán una gran energía social que no se centrará en respaldar a la candidata opositora, sino que apuntará a conceptos genéricos como la defensa de la democracia. No es que no haya que defender la democracia, pero en la contienda política en la que nos encontramos, la oposición no puede permitirse que la energía social se disipe en lugar de concentrarse en los objetivos electorales.
Algunos piensan que con las concentraciones del próximo domingo, Xóchitl podrá desligarse de los partidos. No lo creo, pero ya veremos.