¿Cuánto podrían cambiar las intenciones de voto tras la realización de las concentraciones asociadas con la ‘marea rosa’ y tras el debate del domingo por la noche?
Si alguien le dice que tiene una respuesta terminante… no le crea.
La verdad es que no lo sabemos y tardaremos algunos días más en conocerlo, si es que realmente lo podemos medir.
¿Alguno de los asistentes a las concentraciones de la ‘marea rosa’ consideraba votar por Claudia Sheinbaum?
Tal vez sí, pero le aseguro que, de haberlo, sería una proporción mínima.
Quienes estuvieron en esas movilizaciones solamente reafirmaron su intención de votar por Xóchitl Gálvez.
Algunos de los que no acudieron a ellas, pero se enteraron a través de los medios o de las redes sociales, ¿cambiarán el sentido de su voto para favorecer a Xóchitl si es que pensaban votar por Claudia o por Máynez? No es imposible, pero es poco probable.
Pasa lo mismo con el debate.
Los partidarios de cada candidata o incluso de Máynez, seguramente vieron triunfar en el debate a quienes ellos respaldan.
Y aún falta que pase más tiempo para el llamado ‘posdebate’, en el que habrán de producirse todavía intensas discusiones y referencias en los propios actos de campaña.
Hay una proporción de personas que aún no deciden por quién van a votar.
La experiencia de otras elecciones nos muestra que una parte importante de quienes no declaran su intención de voto corresponde a abstencionistas, es decir, a personas que finalmente no acuden a las urnas.
Lo anterior no significa ni lejanamente que ya todo está decidido y que las cifras que arrojan las más recientes encuestas sean las que resulten finalmente cercanas al resultado en las urnas.
Puede haber cambios en las cifras de las encuestas durante los últimos días de las campañas simplemente porque las personas lo piensan dos veces.
Le hemos reportado en las encuestas de El Financiero que aproximadamente una tercera parte de los potenciales votantes siguen pensándolo o bien, aun teniendo una preferencia aceptan que ésta podría cambiar.
Hay procesos electorales en los que, por diversas razones, las personas ocultan hasta el final su intención de voto.
Por ejemplo, en 2018 un promedio de 13 encuestas publicadas en junio daba a AMLO un 49.2 por ciento de las intenciones de voto. El resultado fue de 54.8 por ciento de los votos válidos, por lo que en las encuestas hubo una subestimación de 5.6 puntos respecto al resultado real.
A Ricardo Anaya le correspondía un promedio en las mediciones de 25.5 por ciento y el resultado fue de 22.9 por ciento. En ese caso hubo una sobreestimación de 2.6 puntos.
Para José Antonio Meade se anticipaba un 21.5 por ciento y el resultado fue de 16.9 por ciento. En ese caso, la sobreestimación fue de 4.6 puntos.
Y para Jaime Rodríguez, la estimación era de 3.7 por ciento y resultó de 5.4 por ciento. Hubo una subestimación de 1.7 puntos.
Prácticamente, la totalidad de las encuestas acertaron al candidato ganador. No había ninguna que dijera que López Obrador iba a perder.
Los errores, sobre todo fueron en el margen del triunfo.
Los estudios referidos marcaban una ventaja de 23.7 puntos sobre el segundo lugar, pero resulta que en la realidad esa ventaja fue de 31.9 puntos porcentuales.
Y eso cambió todo en lo relativo a la composición del Congreso.
El error promedio de las encuestas respecto a esa distancia fue de ¡8.2 puntos porcentuales! Un escándalo.
La duda que resta ahora es por cuánto habrán de equivocarse las encuestas ahora y en qué sentido.
Antes de responder a ello, primero esperemos las cifras de los últimos levantamientos y veremos lo que arrojan.
Así que, más vale no anticipar vísperas.
Luego hablamos.