Un expresidente de la República me explicó alguna ocasión que en México hay una inevitable mutación de quien asume el máximo cargo del país.
Me decía que una primera faceta es la de candidato. En los nuevos tiempos hay que ganar elecciones, y esa es tarea del candidato. En los viejos tiempos tenía que hilar fino para empezar la construcción de su poder.
Otra faceta es la que asume como candidato triunfante y presidente electo. Desde que ese hecho sucede, el presidente en funciones empieza a perder el poder real, pero mantiene el control de las instituciones.
El candidato triunfante, me decía, tiene que tolerar los últimos días del presidente saliente. No lo puede ignorar, pero necesita poco a poco establecer su condición de poder emergente.
Y finalmente, llega la toma de posesión y con ella el poder legal. Sin embargo, en el primer año debe continuar el proceso de construcción del poder real que tiene, más allá del que la ley le otorga.
Aunque este proceso ha cambiado al paso de las décadas, y hoy tiene particularidades, mantiene algunos rasgos que estamos apreciando en la singular transición política que atestiguamos.
Hay tres particularidades en este proceso.
La primera es que asciende a la presidencia de la República por primera ocasión una mujer. Ese solo hecho implica cambios importantes, muchos de los cuales aún están por verse.
La segunda es que desde 1982, hace 42 años, no se veía un proceso en el que el partido que ganó la presidencia tuviera mayorías calificadas (real en la Cámara de Diputados y virtual en el Senado).
La tercera es que nunca en la historia moderna de México vimos a un presidente, AMLO, que aún tiene un extraordinario poder debido a su popularidad y a su trascendencia.
Ya conocimos a la primera Claudia. Fue una candidata muy disciplinada, que hizo una precampaña y luego una campaña, siguiendo una estrategia consistente, que acabó rindiéndole frutos.
Conocimos que no es una oradora que despierte pasiones, pero sí con capacidad de hacer presencia, de sumar presencias, y de atraer partidarios.
Podríamos resumir que como candidata fue una política eficaz. Los resultados son contundentes.
La segunda Claudia es la que estamos viendo ahora. La que necesita caminar en un delicado equilibrio por la tensión que implica el que López Obrador continúe como presidente constitucional y como el político más influyente de la historia moderna, y la necesidad de construir el poder que habrá de ejercer por los siguientes seis años.
Una de las expresiones de esta tensión es la formación del gabinete.
Puedo asegurarle que los nombramientos hechos por Sheinbaum no satisfacen del todo a López Obrador. Quizás él hubiera querido a algunas personas en otras posiciones y ver en primera línea a personas que no estarán allí.
Pero, ni modo, ha tenido que asumirlo.
Es obvio que no va a estar ajeno a este proceso. Va a buscar intervenir, como ya lo hizo con el calendario de la reforma judicial.
Y, como le hemos comentado, Claudia Sheinbaum tendrá que mantener el equilibrio para tener su propia identidad, pero evitar chocar con AMLO.
Serán tres largos meses caminando en el filo de la navaja.
Quizá los más difíciles que vaya a tener la virtual presidenta electa.
A partir del 1 de octubre empezaremos a conocer a la tercera Claudia, la presidenta constitucional que a lo largo de los meses va a ir construyendo su poder y definiendo el rumbo de su gobierno en la práctica.
Seguiremos comentando de este tema.