El presidente López Obrador parece dedicado a impedir cualquier cambio en la reforma judicial. Ni en su calendario ni en su contenido.
Ayer, sus expresiones fueron en respuesta a una pregunta que lo cuestionaba respecto a si la posible salida de la ministra Norma Piña de la presidencia de la Corte implicaría no realizar la reforma judicial en los términos propuestos, sino una reforma ‘descafeinada’.
“No, no, no. Eso de descafeinado, eso lo inventaron los centristas o de la llamada izquierda moderna de Europa, ‘es socialismo descafeinado’. No, eso es del tiempo de la corrupción y el autoritarismo, no debe haber ese tipo de negociaciones. No es una concertación, como era en los tiempos de Salinas. No, no, no, que sea de conformidad con la Constitución y con la ley… Para qué negociar. ‘Qué pasa si renuncio, ¿podrían aceptar, si yo renuncio, que nada más se eligieran a los ministros y no a los magistrados y a los jueces?’ No, no. O ‘sí aceptamos, renunciamos’, o ‘vamos a aprobar la reforma, pero que no dejemos nuestros cargos hasta dentro de tres años’. ¡Nooo!”.
Vaya. Perdón por la transcripción tan extensa, pero me parece importante calibrar los dichos de López Obrador, su tono y significado.
Sé que, desde hace días y en algunos casos, semanas, que, en diferentes ámbitos, los moderados de Morena o incluso los integrantes del equipo cercano a Claudia, buscan una propuesta que evite la polarización y la crispación.
Los resultados en las urnas señalaron que ellos seguirán siendo mayoría.
Pero una cosa es entre la población general y otra diferente entre el conjunto de los inversionistas.
Claudia tiene un desafío enorme.
Tiene que operar entre la base de militantes de Morena, incluyendo los más duros, esos que quisieran que la lista completa del plan C y algunas reformas constitucionales adicionales se aprobaran desde septiembre, para asegurar que no vayan a cambiar las cosas en el futuro.
Sheinbaum y su equipo saben que, si esto ocurriera, lo que tendríamos sería un gran desastre económico y financiero, pues se generaría una situación de enorme desconfianza respecto a las reglas del juego en las que operan las empresas.
Esto se entiende perfectamente y por esa razón no se ha planteado la aprobación en septiembre de todo el rosario de reformas propuestas.
Pero la virtual presidenta electa también sabe que “no puede pintar su raya con López Obrador”.
No solo porque coincida en una diversidad de proyectos y propuestas de López Obrador, sino además porque en un enfrentamiento con AMLO, tiene todas las de perder, pues el presidente en funciones y líder del movimiento es quien tiene aún todos los controles.
Le faltó decir a Sheinbaum que “pintar su raya sería suicida”.
Tan riesgoso es propiciar un pánico entre la inversión y los mercados financieros como un enfrentamiento con AMLO.
El mantenerse en este fino equilibrio va a propiciar críticas de los dos lados, públicas o soterradas, pero a Sheinbaum no le va a quedar de otra.
Serán 89 días altamente complejos.