En tiempos como los actuales, resulta muy complicado encontrar una perspectiva del entorno que permita la objetividad, entendida simplemente, sin más pretensiones filosóficas, que como una visión que ponga las cosas en su justa dimensión.
Los partidarios de la 4T hablan del futuro promisorio que tenemos frente a nosotros, y desestiman los riesgos y la problemática que puede presentarse en los siguientes meses y años.
Los detractores de la 4T prácticamente ven el apocalipsis a la vuelta, una crisis económica por venir y un camino parecido al que siguió Venezuela hace ya dos décadas.
Entre estas dos imágenes, hay una que se puede acercar más a la realidad y que incluye ingredientes de ambas perspectivas.
En sociedades y en tiempos en los que la polarización no es tan extrema, es factible analizar las cosas con mayor equilibrio.
Pero ahora, cuando una visión no se alinea a alguna de las dos ópticas, recibe críticas (en el mejor de los casos, en otros abiertamente insultos) de las dos partes.
Ni modo, así están las cosas.
Creo que el futuro del país está sujeto a diversas condicionantes.
Claro que hay riesgos y estos son elevados, pero también hay oportunidades.
Como le he comentado desde hace muchos meses, hay un enorme desafío para las finanzas públicas del país.
Ojalá me equivoque, pero creo que, o bien tendrá que haber recortes muy severos al gasto público en el primer año del nuevo gobierno o bien se incurrirá en un déficit público sustancialmente mayor a lo previsto.
O quizás haya una mezcla, recortes no tan drásticos, pero con un déficit mayor.
Creo también que, pese a todas las explicaciones de la presidenta electa y algunos de sus colaboradores, el llamado Plan C y la reforma judicial pueden generar intranquilidad y propiciar un freno a las inversiones.
Y no cabe duda de que existe el riesgo de que las pulsiones autoritarias se hagan manifiestas en muchas de las estructuras del nuevo gobierno.
Pero también veo oportunidades.
Los factores estructurales de la economía mexicana, como los de carácter demográfico, la relación con la economía norteamericana, las tendencias subyacentes del mercado interno, entre otras, puedan representar una base para lograr garantizar el crecimiento.
Sigo creyendo que, como en todo gobierno en formación, aún no conocemos bien a bien las orientaciones del de Claudia Sheinbaum.
La poderosa presencia de López Obrador sigue siendo una sombra que cubre todo y lo nubla.
Pero de modo inevitable, como son los ciclos naturales y políticos, se irá difuminando poco a poco y entonces veremos las reales orientaciones del nuevo gobierno.
La primera presidenta de la República sabe que tiene sobre sus hombros la responsabilidad histórica de hacer una buena gestión y creo que no va a dejar que el país se desplome en una crisis de grandes magnitudes.
Estamos en un periodo en el que hay muchas disyuntivas. Casi podemos identificarlas por momentos. Son muchas y van a seguir apareciendo en el camino.
Hay que ser conscientes de que la transición no va a ser sencilla.
No esperen que Sheinbaum reniegue de López Obrador. Ya lo reiteró ella en su calidad de presidenta electa.
Pero eso no significará que sus estilos y decisiones no vayan a ser diferentes.
Ya lo mostró al plantear que, en la nueva era de Morena, el partido tiene que separarse del gobierno.
El escepticismo respecto a que esto suceda es justificado, pues por seis años, todo se ha mezclado.
Pero hay que observar con cuidado lo que viene en los siguientes meses, sobre todo a partir del arranque de 2025.
Ya lo veremos.