Hace unos cuantos días me platicaban la reacción del Consejo de Administración de una importante empresa multinacional cuando alguien les explicaba los riesgos que traería la reforma judicial.
Los directivos de su filial en México argumentaban respecto al nuevo entorno de incertidumbre que podría traer consigo el conjunto de cambios al Poder Judicial en México.
Sin embargo, quienes toman las decisiones a nivel global en esa corporación los cuestionaron, señalando que muchos empresarios y analistas mexicanos reaccionaron de la misma manera en el 2018, cuando llegó al gobierno López Obrador.
Les dijeron que en ese entonces muchos en México advertían de los peligros de que un régimen como el que iba a encabezar AMLO hubiera conquistado el Poder Ejecutivo y tuviera mayoría en las cámaras del Congreso.
Los empresarios les dijeron a los ejecutivos de su filial mexicana que les estaban contando la misma historia, y que el desempeño de la empresa en el sexenio de López Obrador había sido muy bueno, en contra de todos sus pronósticos.
Total, al final en ese Consejo se decidió que seguirían apostando a invertir en México mientras las cosas no cambiaran radicalmente.
Otro importante empresario me explicaba lo siguiente:
“Mira, a los empresarios mexicanos les puede parecer toda una amenaza la reforma judicial. Pero nosotros tenemos importantes inversiones en China, un país en el que el sistema judicial está totalmente controlado por el Partido Comunista y en dónde no hay juicios imparciales. Sin embargo, es tan atractivo ese país, que seguimos invirtiendo allí. No nos asusta lo que pueda pasar con el sistema judicial mexicano si otras circunstancias nos permiten seguir teniendo buenos resultados en el país”, concluyó.
Otro argumento más que he escuchado entre integrantes del sector privado para desestimar los riesgos judiciales es el que señala que si, por décadas, vivimos con el PRI, como un partido que tenía el control pleno de todos los poderes, y aún así la economía creció aceleradamente, entonces por qué no podría ocurrir lo mismo ahora.
En los viejos tiempos del PRI, el mundo era otro.
Precisamente, los cambios que trajeron la modernización política del país derivaron del nuevo entorno económico global.
En aquellos tiempos, el comercio internacional de nuestro país era una fracción pequeñita respecto a lo que hoy significa.
El país se abrió el mundo con un enorme éxito y se convirtió en potencia exportadora e importadora, obligada a jugar con las reglas del juego que son aceptadas en el mundo.
Una gran cantidad de grandes empresas del país son propiedad de inversionistas foráneos.
Son muy pocos los que tienen un apego emocional al país.
Si están aquí es porque les conviene. Y si las reglas del juego dejan de convenirles a estas firmas, simplemente sus nuevas inversiones se van a ir hacia otro lado.
Hoy siguen dando al país el beneficio de la duda por las razones que explicamos antes y sobre todo por los muchos factores que hacen atractivo a México, como su relación con EU o su demografía.
Pero, el posible deterioro del Estado de Derecho no es un asunto menor.
No somos China para que la carencia de juicios imparciales sea un factor que pueda desestimarse en las decisiones de inversión.
Estamos en un nuevo entorno y más vale que seamos conscientes de ello.
Los tiempos en los que una promesa o un apapacho presidencial eran suficientes para disparar las nuevas inversiones, se acabaron.