Hoy se juega el destino del mundo.
No exagero. Del resultado de la elección en Estados Unidos va a depender lo que ocurra a nivel global en los próximos meses, años, y quizás décadas.
Cuando se hace esta afirmación, de inmediato aparecen quienes señalan que una y otra vez se dice que cada elección será determinante del futuro, y luego, las cosas siguen igual.
También están quienes afirman que ocurrirá más o menos lo mismo con independencia de quien gane la elección norteamericana.
Si los que mandan, dicen, son los grandes capitales, será igual que gane Trump o que triunfe Harris.
Esas visiones reflejan una grave falta de comprensión de lo que está ocurriendo en los Estados Unidos.
La de nuestro vecino del norte, como muchos expertos han dicho, es la democracia más disfuncional que existe entre las naciones desarrolladas.
Desde la primera década de este siglo se generó una polarización de la sociedad, derivada sobre todo del cambio de cultura entre los republicanos conservadores.
Por décadas, este segmento de la sociedad norteamericana se había asociado a la visión de que era conveniente un menor gasto del Estado, desregulación, bajos impuestos y un limitado protagonismo público. Buscaban frecuentemente acercarse al centro y aceptaban negociar con los demócratas conservadores, que los había, y muchos.
La aparición del llamado “tea party” y la llamada nueva derecha en la primera década del siglo, sobre todo tras el triunfo de Obama, fue un parteaguas respecto a la polarización de la sociedad norteamericana.
El triunfo de Trump en 2016 magnificó esa polarización que se mantuvo a lo largo de los últimos ocho años.
No había puntos medios, se estaba en un extremo o en el otro.
No se trata de dos meras vertientes ideológicas. El tema que está por dirimirse es la opción entre una corriente nacionalista que desestima la democracia, y que está en la disposición de enterrar las prácticas que provienen de hace 250 años en Estados Unidos, o quienes, con todos sus defectos, piensan que lo mejor para EU y para el mundo es seguir con la democracia que por décadas hemos visto.
A la corriente que respalda a Trump no le importa el destino global. Le es indiferente el mundo y, en cambio, quiere que le vaya bien en el corto plazo a las pequeñas localidades que forman el tejido que respalda a su candidato.
No importa que eventualmente implique la ruina del país en algunas décadas.
En México hay algunos que opinan que da igual si gana Kamala Harris o Trump. Dicen que de cualquier manera enfrentaremos un entorno más desafiante en materia comercial o de seguridad.
El discurso oficial es que tendremos buena relación con cualquiera y que tenemos un instrumento jurídico que nos protege, el TMEC.
Suena extraño que el gobierno actual pudiera estar tranquilo con instrumentos jurídicos, con todas sus críticas al Poder Judicial.
Ojalá pudiéramos dormir esta noche con la seguridad de que cualquier resultado será positivo para México, o si lo quiere ver así, que cuando mucho sea moderadamente negativo.
Me temo que en muchos círculos y ámbitos aún no se calibra la implicación tan profunda que tendría para México un triunfo de Trump.
No solo por la política agresivamente proteccionista que desarrollaría, sino porque crearía un ambiente aversivo para los migrantes y trataría de crear la posibilidad de que Estados Unidos pudiera intervenir activamente en el combate al crimen organizado en México.
Algunos empresarios me han dicho: “Ojalá gane Trump. Solo así se podrá mantener a raya al nuevo gobierno de la 4T, que va a estar tentado de ir más allá en materia de intervención y regulación. Con Trump no tendremos ‘una Venezuela’”.
Se trata de una típica reacción que supone que un gobierno de izquierda en México solo puede ser acotado por un régimen autoritario desde Estados Unidos.
Me parece que la visión es completamente errada.
Creo que, para cualquier mexicano, sea partidario o detractor de la 4T, un triunfo de Donald Trump en Estados Unidos nos va a meter en más problemas de los que imaginamos en los próximos años y nos va a quitar el sueño por mucho tiempo.
Claro que no podemos hacer nada desde aquí.
El destino se lo juegan nuestros vecinos del norte.
Pero más nos vale que estemos conscientes de lo que puede ocurrir y que no estemos fantaseando, pensando en las ventajas de que Trump llegue a la Casa Blanca.
Por favor.