Al comparar el poder que ha adquirido Morena como resultado de la elección presidencial de este año y sus secuelas, la referencia que viene a la memoria es la del poder que llegó a tener el PRI de los viejos tiempos.
En aquel entonces, el partido que controlaba la Presidencia de la República también tenía la mayoría calificada de las dos cámaras del Congreso y hacía y deshacía leyes a su gusto.
En el Poder Judicial, sus presidentes y los ministros que lo integraban eran prácticamente parte del gobierno federal y operaban al gusto del Ejecutivo.
No existían entonces órganos autónomos y las elecciones eran organizadas por el gobierno y calificadas por el Congreso, dominado por el partido que siempre ganaba.
En diversas cosas, el régimen político de entonces se parece al que se está configurando ahora.
Algunos empresarios que han recorrido ya suficientes sexenios se acuerdan de aquellas épocas y les asustan poco los cambios del presente.
Señalan que, si entonces la economía pudo crecer y el país madurar, ¿por qué no habría de ocurrir lo mismo ahora?
Como ahora en el caso de Morena, también había radicales en la estructura del poder priista.
Fue inolvidable aquella declaración del sempiterno líder de la CTM, Fidel Velázquez, que señaló que ellos habían conquistado el poder por las armas y si lo perdían tendría que ser de la misma manera.
A veces, sobre todo desde el poder, pero también fuera de éste, se pierde de vista que hasta el régimen que parece más estable, configurado para durar décadas, o incluso siglos, trae consigo las semillas de su destrucción.
En el caso del PRI, lo crucial fue la economía.
Las políticas económicas de los gobiernos que precedieron al de Miguel de la Madrid, dejaron a la economía echa añicos.
Al pagarse las consecuencias, una de ellas fue dar entrada al gobierno a una corriente modernizadora, luego llamada neoliberal, que entró en conflicto con las tendencias tradicionales del priismo histórico.
Cuauhtémoc Cárdenas y sus seguidores crearon una escisión en las filas del PRI, que, al paso de los años y de varias metamorfosis, acabó hundiendo al tricolor.
De allí salió el PRD y de ese partido emergió Morena y su dirigente, López Obrador.
En estos tiempos nuevos la historia quizás no sea muy diferente.
Claudia Sheinbaum quizás tenía la oportunidad de cambiar de fondo la orientación del gobierno de Morena, pero, o no quiso o no pudo.
Y, me parece que se han sembrado ya las semillas de la destrucción del movimiento social que está en el gobierno.
Es incierto cómo y cuándo ocurrirá, pues depende de múltiples circunstancias.
Pero, lo que se ve inalcanzable es que la economía aguante un periodo largo con los crecientes gastos derivados de los programas sociales, esenciales para sostener la base social de este gobierno, o de las presiones financieras que se imponen de compromisos como el pago de las llamadas pensiones contributivas.
No sé si vaya a ocurrir en este sexenio o en el siguiente, pero vamos en el camino de una crisis fiscal, que como en aquellos tiempos del viejo priismo, va a sacudir las estructuras del poder, y va a conducir a una pérdida de apoyo del partido en el gobierno, lo que hoy pareciera remoto.
La única posibilidad de evitar que ello sucediera es que hubiera un giro y que Morena, en lugar de ser un partido ideológico, atrapado en los prejuicios de su fundador, se convirtiera en una fuerza política de izquierda, parecida a los modernos gobiernos socialdemócratas de otros lugares del mundo.
De ser ese el caso, pondría en marcha una reforma fiscal, rediseñaría la política social para hacerla más eficiente y menos onerosa, propiciaría una diferente rectoría estatal de la economía, para que el sector privado tuviera más entrada en diversas actividades, entre otros cambios.
Ese giro, sin embargo, implicaría negar su origen.
Si la sombra de AMLO sigue presente, creo que el movimiento de Morena, como le pasó al viejo PRI, ya empezó a avanzar en el camino que terminará por hundirlo.