“Trump va a hacer exactamente lo que dijo durante su campaña y después de triunfar”, eso dicen muchos que aseguran que se nos viene la catástrofe.
Es muy probable que sí tengamos problemas muy serios tras la llegada del republicano a la Casa Blanca, pero lo que es un hecho es que el próximo presidente es inconsistente en sus propuestas y que, dependiendo de las circunstancias, las cambia.
El caso más claro es el de los aranceles.
Durante su campaña, la propuesta fue imponer un arancel generalizado de 60 por ciento a las importaciones provenientes de China y otro de 10 por ciento, de manera universal a todos los otros países, entre los que, desde luego, se incluiría México.
Pero, tras ganar la elección, la propuesta cambió.
La que dio a conocer en noviembre fue un arancel de 25 por ciento a todos los productos importados de México y Canadá, mientras que se aplicaría otro 10 por ciento a los productos importados de China.
Ya no dijo nada respecto a un arancel universal.
Pero lo ha vuelto a poner sobre la mesa en recientes entrevistas.
El lunes pasado, The Washington Post publicó una nota que refería un documento proveniente del equipo de Trump en el que se decía que los aranceles serían focalizados y no generalizados.
En el curso del mismo lunes, Trump desmintió el documento.
Cuando el río suena, agua lleva. Delo por hecho, habrá aranceles, aunque no descarte que lo que se aplique realmente sea algo diferente a lo que se ha anunciado.
El futuro presidente de Estados Unidos tiene tras de sí a grupos que no necesariamente tienen proyectos coherentes.
Lo que los reúne es el propio Trump, pero poco más.
El semanario The Economist puso el acento en este hecho en su edición de esta semana, contrastando a los fundamentalistas del movimiento que lo respaldó y que se conocen como los MAGA (Make America Great Again) y los empresarios de Silicon Valley que se han alineado tras él; notoriamente, el hombre más rico del mundo, Elon Musk.
La controversia respecto a los inmigrantes altamente calificados que ocurrió hace algunos días refleja dos visiones del mundo.
Los tradicionalistas de la derecha republicana piensan que, si se dan visas de trabajo a expertos provenientes de otros lugares del mundo, se estarán quitando oportunidades a los norteamericanos.
Los llamados techies, con Musk a la cabeza, consideran que hay que atraer al mejor talento, no importa de qué lugar del mundo provenga.
El tema va más allá; la visión de Musk es conseguir las máximas eficiencias con una remodelación del gobierno, lo que probablemente haga desaparecer muchos puestos de trabajo que hoy están ocupados por norteamericanos, lo que ocasionará el enojo de los que quieren que el empleo de los locales se preserve a cualquier costo.
¿Cuánto tiempo habrá que esperar para tener una primera gran crisis en el gabinete de Trump? No lo sabemos, y menos aún podemos anticipar cuál será el bando que resulte triunfador. Pero dé por hecho que habrá.
Trump no es alguien que tenga una visión del mundo bien estructurada. Tiene impulsos y creencias, que se modifican en función de quiénes son los que más influyen sobre él en un momento determinado.
Hay quien cree que el 21 de enero habrá millones de indocumentados en las fronteras esperando para ser deportados.
La realidad está muy lejos de eso. Quizás algunas decenas de miles en las primeras semanas del gobierno, cuya expulsión será mostrada al mundo por Trump como una prueba de que ha comenzado la principal deportación de la historia de la humanidad.
Curiosamente, lo que las cifras dicen es que el volumen anual promedio de las deportaciones registradas por el Servicio de Inmigración y Naturalización alcanzó su máximo durante la administración de Barak Obama y no, como podría pensarse, en el anterior gobierno de Trump.
No hay que cruzarse de brazos, desde luego, y hay que prepararse para lo peor, pero tampoco perder la perspectiva.
Además, hay que aprovechar esas inconsistencias en las fuerzas detrás de Trump, que van a notarse con más claridad cuando comience su gobierno.