Fernando Curiel

Satélite: Ciudad, Torres

El autor recuerda a Ciudad Satélite y sus Torres, de los arquitectos Mario Pani y José Luis Cuevas, que empezó como alternativa territorial, terminaría en la construcción de un estilo, una identidad.

Uno. Quizá usted recuerde, lector, que a finales de los 50, principios de los 60, los paseos automotrices familiares, tenían como destino el Fraccionamiento Las Águilas y Ciudad Satélite. Flamantes. Mientras Las Águilas, comenzando su vuelo, brindaban “vistas” privilegiadas del sur, Ciudad Satélite arrancaba con el hito de unas Torres cuyo diseño conjuntó a Luis Barragán y a Matías Goeritz.

Dos. Lo supradicho, amén, para la iniciación del recién llegado a la Ciudad de México, de la visita al Zócalo y sus vestigios novohispanos: Catedral y Palacio Nacional (tiempo faltaba para la novedad del Templo Mayor); los parajes de la vieja Basílica; y el ascenso al mirador de la Torre Latinoamericana, mirada panorámica de una urbe todavía contenida (o más o menos) en sus linderos.

Tres. De tener lugar, el bautizo, en estos endiablados tiempos pandémicos, se contaría con la experiencia (experiencia con lo suyo de Walt Disney World), a partir de julio de este segundo año de la peste, de recorrer una macro maqueta reproduciendo la Gran Tenochtitlan, con la limitante de no poder treparse a las construcciones de tabla-roca; y la posibilidad de geolocalizar, ya no sólo los lugares del peregrinar turístico, sino la totalidad del territorio urbano.

Cuatro. ¿De qué hablo? Del proyecto de la arquitecta Lucía Villers y de la urbanista Sophie Davin, de integrar un sistema electrónico que dé cuenta (a partir de los catálogos del INHA, del INBA y de Seduvi), del entero patrimonio capitalino, el arqueológico, el histórico, el artístico. Información al detalle de predio, uso del suelo, edificación, espacio privado o público, remodelación, etcétera (véase, consúltese, www.cartografiasdelpatrimonio.org.mx).

Cinco. Lo que, en el pasado, se limitaba a la consulta a la Guía Roji (¿sigue publicándose?), a las contadas guías de la zona medular ya reglamentada del Centro Histórico, y al escaso mapeo de ciertas colonias, salta de súbito (buena nueva), a la consulta telemática. Alborozado me sentiría si aportaciones, como las de Villers y Davin, contribuyeran a la cultura histórica de esta exregión más transparente del aire. Y en una de estas, ya embalados, generosos, a la DECLARACIÓN UNIVERSAL DE LOS DERECHOS DE LA CIUDAD.

Seis. Bien. Me detengo en Ciudad Satélite y sus Torres. Fueron los arquitectos Mario Pani y José Luis Cuevas, quienes concibieron el proyecto, de una “ciudad fuera de la ciudad”, un desarrollo satélite de la Ciudad de México, en el municipio de Naucalpan de Juárez, en el Estado de México. Pie de cría de una expansión de la zona noroeste que pronto replicarían Lomas Verdes, Echegaray, Santa Mónica, La Florida, Colonial Satélite, extendiéndose su influencia a municipios vecinos como Atizapán de Zaragoza y Tlalnepantla.

Siete. Lo que empezó como alternativa territorial de una clase media en ánimo de suburbio, terminaría en la construcción de un estilo, una cultura y una identidad. El distanciamiento, fue estrechándose hasta casi desaparecer, merced al crecimiento a todos sus costados, de la ingobernable Ciudad de México. La, digamos emancipación, paró en conurbación. Ciudad madre y satélite, en Gran Zona Metropolitana. Pero perdura el referente de sus Torres. Pese al achicamiento, achaparramiento incluso, de construcciones, Periféricos, que en vano se esfuerzan en borrar su carácter emblemático: Puerta Norte.

Ocho. Las cinco torres, prismas triangulares de diversos colores, su altura, que oscila entre los 30 y 52 metros, selló un pacto múltiple, arquitectónico, urbanístico y a la postre artístico. Porque en tan afortunada jugada participaron no sólo los ya arriba mencionados Luis Barragán y Matías Goeritz, sino también el pintor Chucho Reyes. Su inauguración tuvo efecto el mes de marzo de 1958. Al año siguiente, el que suscribe, empezaría a liar sus bártulos para regresar en definitiva a la Ciudad de México, la ciudad natal.

Nueve. Juzgo importante llamar la atención, sobre amenazas que penden sobre proyectos de la envergadura del que dio vida a Satélite: Ciudad, Torres. Hablo de los prontos megalomaníacos del Poder. Que no se olvide que, en los tiempos de Enrique Peña Nieto, “gober” del Estado de México; tiempos gavilleros como resultarán los de su conducción (es un decir) de la República; el proyecto del Viaducto Elevado se disponía, si no a demoler, sí a alterar brutalmente el hábitat de las Torres de Satélite. Todo por no construir un paso deprimido que pasara bajo ellas.

Diez. ¿Escrupuloso ahorro de dineros? ¡Quizá! Megalomanía, necedad, enfermiza concepción del sólo mis chicharrones truenan. Si algo caracterizó su obra pública, fue el sobrecosto. Como apuntan las crónicas y reportajes del momento, un frentazo parecía aguardar a la protesta enarbolada por residentes, intelectuales, arquitectos, artistas. El caso es que la empecinada agresión a la obra de Barragán-Goertiz-Reyes, mudada patrimonio del que todos poseemos parte alícuota, paró.

Once. Y ahí siguen las cinco Torres, en su explanada; si no en el contexto descampado que las vio erguirse, sí incólumes, menhires. Me jacto de que oportunidad gocé de verlas en su estado original. Al igual que, viviendo en la Cuauhtémoc, pude dialogar a diario con la Diana, en su primera residencia (en tanto que mi traslado a la Del Valle, me ahorró la infame visión de la atroz Estela de Puz).

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