Leer es poder

Miseria del obradorismo

Ni el presidente ni ninguno de los miembros de su gabinete tienen la más remota idea de cómo producir riqueza. Tienen una idea negativa del dinero.

En el centro del discurso de Morena se encuentra el combate contra la pobreza. “Primero los pobres”, es el lema del partido. Es un discurso poderoso porque un alto porcentaje de los mexicanos padece esa condición.

Se trata de un discurso político, económico, social, moral y simbólico. Ni el discurso del desarrollo, ni el del progreso, ni el de la modernidad tienen una fuerza semejante. Hunde su raíz en un anhelo de justicia elemental: no es posible la felicidad mientras haya alguien que padezca hambre.

En un país con las características del nuestro (con casi once millones de personas viviendo en pobreza extrema) resulta extraño que tardara tanto tiempo en aparecer un partido con las características de Morena y un líder social como López Obrador.

“Hoy se critica al populismo con razón, pero esa crítica no debe ocultarnos sus aspectos positivos; en una sociedad como la mexicana, en que los pobres son tan pobres y los ricos tan ricos, el populismo, aunque manirroto y demagógico, equilibró un poco la balanza del pasado” (Octavio Paz, Hora cumplida).

Morena enarboló dos banderas para alcanzar la presidencia: el combate contra la pobreza y la lucha contra la corrupción; la segunda está subordinada a la primera. Si se recorta el presupuesto para la ciencia o la cultura o los organismos autónomos, se dice que se hace para tener más recursos para destinar a los pobres. Todas las acciones del autodenominado gobierno de la cuarta transformación están dirigidas a esa causa.

En México, país de raíz cristiana, que el gobierno asuma la causa de las víctimas y los desposeídos posee una enorme fuerza simbólica. La oposición no tiene ni de lejos un discurso con esa carga. Un taxista, un ama de casa, aunque no se haya mejorado su nivel de vida, percibe que el gobierno actual está de su lado. El discurso populachero, las fotos en las fondas, los errores del lenguaje, la vestimenta desastrada del presidente comunican un mismo mensaje: soy como ustedes. Nosotros los pobres.

En los hechos el gobierno ha defraudado a los más desposeídos. Los números no mienten. Hay más pobres ahora que cuando asumió López Obrador la presidencia. En los dos primeros años de su gobierno, según cifras del Coneval, aumentó el número de personas que viven en pobreza moderada: de 43.2 millones pasó a 44.9 millones. Aumentó también el número de mexicanos que padecen pobreza extrema: subió de 8.7 millones a 10.8 millones de personas. El rubro que más ha sido afectado es el de la salud, luego de la sustitución del seguro popular por el Insabi: por lo menos 15 millones de mexicanos quedaron sin ningún tipo de cobertura sanitaria.

Tanta austeridad para nada. Tanto golpe de pecho, tanto discurso santurrón, tanto castigo a la ciencia y la cultura para que, en vez de disminuir, haya aumentado el número de pobres en México. El discurso contra la pobreza no corresponde con la realidad.

Aunque haya más pobres, aunque la mejoría no se advierta en los bolsillos, el discurso contra la pobreza conserva su fuerza porque no se trata tan sólo de un discurso económico sino político y moral. Pese a que no ha dado resultados tangibles, se percibe como un discurso justiciero y noble. ¿Quién no está a favor de ayudar a los desposeídos y a las víctimas del sistema?

El principal instrumento de este gobierno para la lucha contra la pobreza es el del reparto de dinero en efectivo a través de los programas sociales. Esta idea está inspirada en el reparto en efectivo que propuso Gabriel Zaid en El progreso improductivo (1975). Pero se instrumentó a medias. Zaid propuso que el reparto fuera acompañado de una serie de herramientas puestas a disposición de la gente para que se le diera un sentido productivo. De este modo se lograba mejorar la vida cotidiana de las personas en su propia comunidad. El apoyo asistencialista se transforma así en inversión productiva.

Ni el presidente ni ninguno de los miembros de su gabinete tienen la más remota idea de cómo producir riqueza. Tienen una idea negativa del dinero. Su idea del combate a la pobreza es la de repartir lo que hay, no crear más, para poder repartir mejor.

Los críticos del gobierno han concentrado sus baterías en señalar sus errores. Atacan los hechos negativos sin darse cuenta de que su discurso se mantiene intocado. El objetivo central de la oposición y de la sociedad civil debe estar enfocado en el discurso de la generación de riqueza. Hasta ahora lo han hecho pésimo. El discurso empresarial no goza de la simpatía ni la comprensión popular, se advierte como un discurso elitista. La crítica es estéril si ésta no va acompañada de alternativas tangibles. Antes de pensar en candidatos, debemos crear y fundamentar nuevas y poderosas banderas.

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