Leer es poder

Guerra civil

López Obrador ha demostrado que los cambios abruptos, revolucionarios, suelen terminar muy mal. Es mejor pensarlos y ejecutarlos de manera gradual.

Como gran cambio histórico, la cuarta transformación ha significado un enorme fracaso.

Gracias al impulso de Hidalgo nacimos como país independiente, gracias a Juárez se impusó el imperio de la ley, gracias a Madero conocimos en el siglo XX la democracia. ¿Gracias a López Obrador se aumentó el salario mínimo, y este logro está a punto de desvanecerse con la inflación? El parto de los montes. Mucho ruido, pocas nueces.

¿En qué ha consistido la gran transformación? Grandes obras (AIFA, Dos Bocas, Tren Maya), sin los permisos correspondientes, sin adecuada planeación, con sobreprecios, con soldados albañiles en vez de ser soldados, con resultados a la vista: un aeropuerto casi sin vuelos, una refinería sin combustible y un tren que viola la ley para construir sobre zonas arqueológicas a través de la selva. ¿Este era el cambio prometido? ¿La gran transformación consistía en tres elefantes blancos antiecológicos?

No, la cuarta transformación se pensaba como algo diferente, como una transformación en serio. México dejaría de ser corrupto. Todos seguirían el supuesto camino de privaciones del presidente y rechazarían la corrupción por razones morales. Pero no ocurrió así. El presidente decidió mudarse al Palacio. Según indicadores nacionales e internacionales, la percepción de la corrupción va en aumento. Valientes piezas de periodismo independiente han puesto al descubierto la corrupción en la esfera familiar del presidente: hermanos, cuñadas, primas, sobrinas, hijos. ¿Cómo ha reaccionado el presidente ante esos señalamientos? Como todo un estadista. Ha violado repetidamente la ley al exhibir las percepciones y los bienes del periodista que se encargó de hacer esos señalamientos. El presidente presume de esas violaciones a la ley usando la tribuna presidencial. Este es el nivel. Prometieron terminar con la corrupción y lo que vemos es al presidente persiguiendo y acosando a los medios que le señalan la corrupción en su entorno más inmediato. El fiscal no puede actuar porque a su vez está persiguiendo a su familia política o algún otro suceso personal. No hubo transformación sino involución en el combate a la corrupción.

López Obrador prometió retirar a los soldados a sus cuarteles. Ofreció en campaña que buscaría un gran acuerdo nacional para pacificar al país, y que a ese gran encuentro invitaría al papa Francisco. Declaró unilateralmente el fin de la guerra contra el narco. Nada salió como se esperaba. En lugar de sacarlos de las calles, se militarizó al país. Para tener controlado al Ejército se les ofreció las aduanas y los puertos, abriéndolos a la corrupción (“a mí no me den, pónganme donde haya”, se decía en el priismo clásico). El acuerdo que buscó el gobierno para la pacificación no fue con la sociedad, los medios y los empresarios, el acuerdo fue con los narcos. Se dejaría de perseguirlos. Disminuirían las incautaciones. Se permitiría que grupos fuertes tuvieran dominio sobre una zona para que ellos impusieran la seguridad. Esta estrategia fue sin duda una gran apuesta fallida. La violencia no ha disminuido. La premisa de donde parte –abrazos, no balazos–, es falsa. Al permitirles a los grupos criminales actuar no disminuye su nivel de violencia sino que ésta se traslada a la sociedad, que está desprotegida. La ‘guerra ‘de Calderón no era la del Ejército contra los narcos, ésta siempre fue menor. La verdadera guerra que se libraba, y se libra, es la de los grupos criminales entre sí. El gobierno puede hacerse de la vista gorda ante ellos, puede dar ‘abrazos’, pero estos grupos siguen su guerra intestina, una auténtica guerra civil con el Ejército como testigo. Es un error colosal pensar que la guerra va a acabar por sí sola, o que va a terminar por las becas que se otorguen a los jóvenes. El terreno que se les ha dejado ganar a los grupos criminales –un tercio del territorio según la inteligencia norteamericana– va a ser muy difícil de recuperar, implicará mucho dolor y sangre. Y por supuesto, el Papa nunca vino a ningún encuentro por la paz, al contrario, asesinaron a dos hermanos jesuitas y su crimen sigue impune.

En rigor nunca se pudo poner en marcha el cambio ofrecido por la cuarta transformación. Los asuntos de seguridad, las matanzas constantes, el continuo encuentro de fosas clandestinas, la inseguridad creciente, los desaparecidos, el asesinato de periodistas, es decir, el gran fracaso en materia de seguridad pública ha sido la constante.

El gobierno de López Obrador ha venido una vez más a demostrar que los cambios abruptos, revolucionarios, suelen terminar muy mal. Es mejor pensar y ejecutar cambios graduales, bien planeados. No existe ni vendrá el hombre providencial. En lo único en que podemos confiar es en la sensatez de la sociedad. Ya probamos los caminos existentes. Ni del PAN, ni del PRI ni de Morena podemos esperar cambios sustanciales. Lo que nos queda es la alternancia, el equilibrio de poderes, un Poder Judicial independiente, el control administrativo para reducir la corrupción.

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