¿Por qué la izquierda mexicana ha aceptado tan dócilmente la militarización impuesta por López Obrador? En primer lugar, por servilismo, porque es incapaz de decirle No al presidente. Baja la cabeza y obedece a ciegas, leal por convicción o interés: ¡con usted hasta la ignominia, señor presidente!
Superficialmente podría pensarse que la izquierda por definición es reacia a la militarización, sin embargo, no debemos olvidar que la izquierda morenista proviene de dos fuentes: el PRI y el PRD: nacionalismo y socialismo, y que ambas fuentes son antidemocráticas, autoritarias y verticales. La izquierda mexicana no sólo tolera sino venera a los hombres de verde olivo, como al Comandante Fidel Castro o al Comandante Hugo Chávez. La fraternidad y la igualdad universales sí, pero a punta de bayonetas.
Tenemos el triste caso de La Jornada, órgano del gobierno, de sus editorialistas y sus moneros (con excepción de Magú), antes tan críticos del militarismo de Calderón y ahora tan sumisos a los uniformes y las botas. ¿Convicción o interés? En los Guacamaya Leaks se pueden encontrar decenas de cotizaciones de hasta un millón de pesos por banners en su sitio de internet, así como la propuesta (9.junio.21) para manufacturar la revista del Ejército en los talleres de ese diario. ¿Hipocresía o convicción?
La izquierda mexicana ha sido esencialmente antidemocrática, desde sus orígenes hasta la fecha. Siguiendo a Lenin, se valen de los recursos de la democracia para llegar al poder y ya instalados en él asumen su verdadero rostro autoritario. Democracia participativa le llaman eufemísticamente a la imposición de las decisiones del líder revestidas de consultas populares amañadas. La calidad de su talante democrático quedó evidenciada con su beneplácito ante el discurso que el dictador cubano pronunció en las celebraciones septembrinas del año pasado. El autoritarismo y el verticalismo del Ejército le cuadran bien a la izquierda mexicana.
No puede decirse que la postura de López Obrador haya cambiado, a pesar de que en campaña manifestó en múltiples ocasiones que regresaría al Ejército a sus cuarteles: se trataba entonces de mentir y engañar para llegar al poder. En 2006 se reunió en la Embajada de EU con Tony Garza y ahí le expresó de “forma humilde y amigable” (wikileaks cable 06mexico505) que de llegar a la Presidencia daría más poder y autoridad a los militares, en los que concentraría el combate al narcotráfico y que operaría para lograrlo una enmienda constitucional (reforma a la que López Obrador siempre se opuso cuando era oposición). Esto es, en 2006 López Obrador reveló al embajador norteamericano que haría lo mismo que hizo Calderón como presidente.
“Si por mí fuera desaparecería al Ejército”, expresó López Obrador ya instalado en la Presidencia. Imaginó convertirlo en una fuerza de paz; utilizaría su capacidad en labores civiles. Dijo esto para distanciarse de Felipe Calderón, su gemelo enemigo. En el fondo no son distintos. En 2006 Calderón utilizó al Ejército para legitimarse luego de una elección muy cerrada y por ello polémica. López Obrador a su vez ha utilizado al Ejército para enmendar la ineficiencia de su gobierno civil. Ambos han actuado motivados por el miedo a que el país se les deshaga entre las manos. A la larga, el uso intensivo del Ejército por parte de Calderón para combatir al narcotráfico y el uso pasivo que le ha dado López Obrador al mismo problema, han resultado en un país ensangrentado. Tardaremos todavía tiempo en comprender que ni con abrazos ni con balazos resolveremos el problema, que sólo una sociedad unida y coordinada puede enfrentarlo haciendo cumplir la ley.
El presidente no está sólo en su fervor militarista. Lo acompaña servilmente su partido y la izquierda tradicionalmente autoritaria. Los mensajes son ominosos. El secretario de Gobernación, en su papel de vocero de la mafia del poder, recientemente declaró que “un militar puede participar en tareas políticas y tener aspiraciones políticas, incluso ser presidente”, en abierta y flagrante oposición a lo que dicta la Constitución. El secretario no actúa por motu proprio, transmite la opinión del presidente, sondea el ánimo social. ¿Alguien creyó en serio que el Ejército se conformaría con su labor de constructores y vigilantes?
Los precandidatos de Morena encabezan hasta ahora una carrera en la que compiten ellos solos. Enfrentados a candidatos reales se pueden tambalear. El presidente lo sabe y tratará de impedirlo con su reforma electoral cuyo propósito no es otro que supeditar al INE. Si el plan no le funciona, quedará entonces el recurso del Ejército.
El mayor problema de México es la concentración del poder en un solo hombre. Para darle continuidad a su proyecto de transformación López Obrador utilizará todos los recursos a su alcance. Nunca ha sido un demócrata y no lo será ahora. Si el plan civil falla recurrirá a los generales, apoyado por la izquierda.
Todo país conserva una reserva moral latente. Es hora de apelar a ella antes de que terminemos en el despeñadero.