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Últimos días en La Habana

López Obrador pudo haber transformado el país, reparar injusticias ancestrales, terminar con la violencia criminal, sacar de la miseria a los más pobres. No hizo nada de eso.

Como ningún otro en la historia reciente, López Obrador tuvo todo para transformar el país. Un triunfo holgado en las elecciones. Una mayoría en las Cámaras. Un presidente de la Suprema Corte sumiso. Prometió un cambio tan profundo como el que ocurrió en la Independencia, la República restaurada y la Revolución. Pero fracasó.

Hoy en México hay más pobreza, más corrupción, más injusticia. De la “cuarta transformación” no queda sino el cascarón de una promesa.

La cuarta transformación marcha firme y sin freno al basurero de la historia. Recordaremos estos años con enorme tristeza por los muertos. Y con coraje hacia aquellos que justificaron el oprobio. Los periodistas, intelectuales y moneros oficiales. Aquellos que se enriquecieron hablando de los pobres.

Se devaluó nuestro lugar en el mundo. Hoy México se ubica en un conjunto vergonzoso que incluye a Nicaragua, Venezuela y Cuba, repúblicas bananeras latinoamericanas con gobiernos autoritarios. El presidente alardea de ser el segundo más popular del mundo. Pero la realidad tiene otros datos que lo ubican como “el tirano del año”, por encima de Putin y Xi Jinping.

Blindado por las Fuerzas Armadas a las que ha maiceado con contratos y prebendas, López Obrador confía en conservar el poder a través de Sheinbaum, su heredera, no la más capaz pero sí la más servil de sus colaboradores (ella no sigue órdenes de los que le dieron su voto sino de aquel que la ungió).

López Obrador pudo haber transformado el país. Reparar injusticias ancestrales. Terminar con la violencia criminal. Sacar de la miseria a los más pobres. No hizo nada de eso. Su sexenio será recordado como el de los 700 mil muertos por Covid, el de mayor violencia contra los periodistas, el sexenio con más muertes a manos de los criminales, el de menor crecimiento económico.

Frente a los malos resultados de un gobierno entregado a cumplir las ocurrencias del presidente, los partidos de oposición tuvieron todo para reorganizarse y crecer. No lo hicieron. Se durmieron en los laureles de sus millonarios presupuestos. Ajenos a la autocrítica, siguen siendo incapaces de comprender por qué perdieron el poder. No expulsaron de sus filas a los malos elementos. Pese a los pésimos resultados en 2018 no renovaron a sus dirigencias. No se abrieron a la ciudadanía. Han sido incapaces de ofrecer alternativas. Pero no hay de otra: con estos bueyes tenemos que arar.

Estos años de deterioro han servido para mostrarnos que no todo está perdido. A pesar de que ser periodista en México es más peligroso que serlo en Ucrania o Afganistán, hay periodistas que se siguen jugando la vida con tal de seguir informando. Hay jueces valientes que han resistido la presión del presidente. Hemos visto salir a las mujeres a manifestar su disgusto y su furia por la violencia contra ellas que no cesa. Puede hablarse de una sociedad civil que no se conforma con el país de pobres que impulsa López Obrador y su partido. Más de un millón marchamos el 13 de noviembre por las calles de todo el país.

López Obrador parece creer que La Chingada es Manga de Clavo, la hacienda de otro López (de Santa Anna) a donde la gente peregrinaba pidiéndole que regresara al poder. Cree que podrá controlar a Claudia, su delfín: no recuerda que López Portillo envió a su gran amigo Echeverría a las Islas Fidji porque no soportó que se metiera en su gobierno.

La cuarta transformación será recordada con tristeza como un paréntesis en el desarrollo de México. Como una suerte de exorcismo: los mexicanos habremos aprendido la lección. O no. Tal vez nuestro destino sea un deterioro más hondo. Un país gobernado por Fernández Noroña, Cuauhtémoc Blanco o Lilly Téllez. Un destino hondureño.

López Obrador dejará como herencia un país dividido, más pobre y polarizado. Un país clientelar. Por más de medio siglo Cuba nos ha mostrado que puede controlarse a la población a base de represión y delaciones. Venezuela nos ha enseñado que las dádivas del gobierno a los sectores más pobres bastan para sostenerlos en el gobierno. Nicaragua es ejemplo de cómo una pareja de sátrapas puede gobernar por medio del garrote y el exilio de los opositores. En ese espejo se ve López Obrador. Afortunadamente el destino no está escrito. La historia no tiene guion. El futuro es una construcción en la que participamos todos. Una mezcla incierta de voluntad y azar.

A pesar del enorme deterioro López Obrador no ha podido acabar con el país. Gracias a las exportaciones (a los empresarios) y a las remesas (a la economía neoliberal norteamericana) México se mantiene en vilo. Quedan instituciones que han resistido la corrosión, hay jueces, periodistas, un puñado de políticos y la creciente sociedad civil que se han enfrentado y ganado a la marea del populismo.

Lo que no podemos es quedarnos cruzados de brazos. Es muy claro que no dejarán el poder por las buenas. Nunca veremos a López Obrador entregando la banda presidencial a un político opositor. Como Bolsonaro terminó en Miami tal vez López Obrador termine sus días en La Habana.

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