Ahora que estamos felices con el peso fuerte y la inversión de Tesla, conviene tener presente qué país va a heredar López Obrador a quien lo suceda. Un país más violento del que encontró, con los militares fuera de sus cuarteles, con presencia del narco en todos los estados, con una mortandad por la pandemia no vista desde la Revolución, pero sobre todo, el peor de sus legados será el haber dejado a México polarizado y roto.
Un país en discordia (dis: separación; cordis: corazón). Un país con el corazón dividido. Un México enconado. Haber dividido a las familias, a los amigos, a las parejas, el haber introducido en las relaciones la discordia y el odio es algo de lo que López Obrador se siente muy orgulloso. “Me llena de orgullo haber dividido a los mexicanos”, señaló en diciembre del año pasado. Lo dijo en tono irónico, pero se trata de una ironía fallida. Porque desde el primer minuto de su gobierno fue claro que no gobernaría para todos. Ha gobernado clientelarmente para que los pobres lo mantengan en el poder. No les brinda apoyo, invierte en ellos para obtener una ganancia. Hay corruptos que se enriquecen con dinero. Hay otra clase de corruptos que lo que buscan es poder. A esta clase pertenece López Obrador.
Debemos entender que la división que diariamente ha cultivado el presidente en sus conferencias no es fruto de su mala entraña, se trata de una estrategia política que ha seguido con fidelidad. La polarización como base del populismo la expuso con claridad Ernesto Laclau en La razón populista (FCE, 2005). No es que López Obrador sea un buen lector (sabemos que sobre todo lee libros acerca de la historia de bronce) y de ahí haya entresacado su estrategia. Uno de los principales difusores del pensamiento de Laclau en México es Enrique Dussel, quizás el principal asesor intelectual del presidente.
Laclau en La razón populista describe como necesaria la dicotomía pueblo vs. poder. ¿Pero qué hacer si supuestamente el pueblo —o los que dicen representarlo— están en el poder? Entonces esa dicotomía se transforma en pueblo en el poder vs. poderes fácticos y sociedad civil (el poder populista cree que la sociedad civil es un títere operado por los poderes fácticos, de ahí la identificación que hace López Obrador entre los manifestantes de la marcha del 26 de febrero con Claudio X. González). No es que la sociedad se oponga a su gobierno, razonan, los que se oponen son personas engañadas por los poderosos.
¿Qué hacer frente a la razón populista? Desmontar sus argumentos y proponer otros mejores. ¿Qué hacer con la polarización que impulsa el gobierno de López Obrador? Oponer a la polarización la unidad. Pero no una unidad bienpensante y vacía: la unidad como suma de la diversidad. La sociedad está conformada por múltiples grupos e intereses, es falso que todo se reduzca a dos bandos enfrentados (explotadores y explotados, con Marx; amigos-enemigos, con Schmidt). La sociedad es diversa, esa es su mayor riqueza. Al adoptar el gobierno la razón populista divide a la sociedad. El gobierno representa al pueblo y al bando bueno, mientras que los opositores al gobierno representan a los perversos poderes fácticos. La función principal del gobierno populista es la de hegemonizar el poder, conservarlo a como dé lugar, según esto para privilegiar al pueblo. Lo cierto es que los únicos privilegiados son los que ostentan el poder, la casta burocrática, la nomenclatura.
Un gobierno auténticamente democrático es aquel cimentado en la diversidad de la sociedad. Es cierto que su labor es muy complicada y lentas sus decisiones. El gobierno tiene que negociar con todos los grupos para alcanzar una mayoría y poder avanzar. Una mayoría siempre frágil. Sin embargo esa fragilidad y complejidad resultan positivas para la sociedad. Es bueno que el gobierno tenga necesidad de negociar permanentemente. En cada negociación se cede y se pacta, de ese modo el gobierno disminuye su naturaleza autoritaria.
No existen los polos puros. Entre los gobernantes y los opositores se abre un enorme abanico de opciones. Hay quienes están a favor del apoyo a los pobres (aunque sea un engaño) pero no apoyan el talante antidemocrático del gobierno. Del otro bando, hay opositores que admiran (aunque no está bien decirlo en público) el manejo macroeconómico pero deploran la manipulación ideológica que están llevando a cabo con los niños en las escuelas.
Así como se les criticaba a los marxistas que no todo es economía, puede señalarse que no todo es política. Politizar la vida es reducirla, empobrecerla. Polarizar la vida es pauperizarla aún más. Reducir la vida a blancos y negros es desaparecer los matices, las diferencias, la enorme y colorida diversidad humana.
El grado de fanatismo que han alcanzado los bandos promovidos desde la Presidencia cobrará tarde o temprano su factura trágica. La división devendrá en desgarramiento. Esa es la herencia de la que se siente orgulloso López Obrador: una herencia maldita.