López Obrador recibió un país en llamas. Para apaciguar el fuego, le arrojó gasolina. Hoy el crimen organizado controla un tercio del territorio nacional.
Antes de asumir el poder, López Obrador prometió un gran acuerdo nacional para terminar con la violencia. En su lugar promovió la división de los mexicanos. A río revuelto, los ganadores han sido los delincuentes. Para excusarse, culpó al pasado.
El presidente, su procurador general, la encargada de la seguridad pública, el secretario de la Defensa y el jefe de la Guardia Nacional acostumbran torcer los números para mentir a la gente, pero los números son claros. En el sexenio de Fox hubo 60 mil 162 homicidios dolosos, en el de Calderón 121 mil 613, en el de Peña 157 mil 158 (datos del INEGI). Faltando más de un año y cinco meses para que deje el cargo, en el sexenio de López Obrador se acumulan más de 150 mil asesinatos. El presente gobierno será el más violento de la historia de México.
López Obrador prometió regresar a los militares a sus cuarteles, hizo lo contrario. Prometió que los homicidios disminuirían 50 por ciento hacia la mitad de su sexenio, fracasó. Ofreció desarmar a los cárteles, no cumplió. Hoy tenemos un México más sangriento.
La estrategia de los ‘abrazos, no balazos’ resultó benéfica para los grupos criminales. Se dejó de perseguirlos. El poder de estos grupos creció tanto que ahora importantes sectores de Estados Unidos piden la intervención militar para arreglar un problema que nosotros no hemos podido solucionar. Estábamos muy mal, ahora estamos peor: López Obrador arrojó gasolina al fuego.
El problema de la inseguridad se agravará. Para evitar que se instalara un panel sobre los incumplimientos de México en materia energética, México ofreció a Estados Unidos recibir 30 mil migrantes mensuales. Los primeros efectos de esa medida los acabamos de presenciar en Ciudad Juárez: 39 personas calcinadas. ¿Cuánto falta para que el crimen organizado reclute —voluntariamente o por la fuerza— a miles de migrantes desesperados?
¿Cuál es la estrategia del gobierno frente a la creciente violencia? Que todos los días López Obrador se reúna a las seis de la mañana con los encargados de seguridad. Suena ridículo, lo es.
Si pierde Morena las elecciones en 2024 podremos conocer las minutas de esas reuniones. Por lo pronto, el INAI dejó de funcionar. Existe la sospecha fundada de que en esas reuniones López Obrador estorba con sus prejuicios. ¿De qué otro modo explicar que hace un par de semanas, por primera vez en México, miles de militares marcharan en protesta contra la estrategia de seguridad?
Comienzan a aparecer candidatos que ofrecen la “solución Bukele”. Es decir, emplear toda la fuerza posible para encarcelar a los delincuentes, sin importar que esto conlleve la violación de los derechos humanos y la suspensión de garantías. Frente al rotundo fracaso de la estrategia de seguridad, comienzan a aparecer voces que claman por soluciones fascistas. Estas voces crecerán porque la gente está cansada de vivir bajo el miedo.
El 64 por ciento de los mexicanos considera que la ciudad donde viven es insegura, según el INEGI, que dirige la morenista Graciela Márquez. Si el Estado no cumple con su responsabilidad de garantizar la seguridad no es Estado sino mera agencia recaudadora de impuestos.
A las seis de la mañana el presidente intenta inútilmente apaciguar la violencia desatada en el país. Pero a las siete aparece Mr. Hyde. Desde el púlpito presidencial López Obrador atiza la violencia. Lanza anatemas, calumnias, mentiras y amenazas a sus adversarios, que son todos aquellos que no se pliegan a sus caprichos. Violencia contra las mujeres, contra la clase media, contra los medios de comunicación, violencia contra los intelectuales y los científicos. El discurso de odio del presidente traerá consecuencias.
Ofreció la República amorosa pero instauró la República del odio. Será su herencia una red de agujeros de metralla. Familias divididas. Amigos enfrentados. Si desde la tribuna presidencial López Obrador promueve el odio, ¿por qué nos sorprende la violencia en el país?
De todas las malas estrategias que se han seguido para abatir la inseguridad la peor ha sido, a mi juicio, la tolerancia contra los delincuentes. Esto ha rendido sus frutos: amplio control territorial, masacres sin freno, violencia contra las mujeres. En Estados Unidos ya lo hacen, pero nosotros tenemos miedo a llamar a las cosas por su nombre. No se trata de delincuentes, ni de barones o señores del narco, ni del eufemístico ‘crimen organizado’. Se trata de terroristas. Matan civiles. Su estrategia es infundir terror. Secuestran y extorsionan, corrompen. Con la complacencia del gobierno, tienen presencia en las elecciones. Su objetivo es el control del país por la vía del terror.
El discurso del odio derivó en terrorismo y ahora hay voces que piden soluciones fascistas. Es un escenario espantoso. Un amigo me decía: “en el temblor, abre los ojos”.