Como candidato López Obrador hizo tres promesas: disminuir la pobreza, abatir la inseguridad y terminar con la corrupción. Fracasó en los tres rubros.
Creció el número de pobres (cinco millones más, según el Coneval). No son las personas que ocupan el decil más bajo de ingresos las que reciben los programas sociales. Los más pobres viven en comunidades dispersas y votan poco: no importan para el presidente.
Afirmaba López Obrador como candidato que al día siguiente de asumir la presidencia se acabaría la inseguridad porque convocaría a un gran acuerdo nacional al que invitaría hasta al Papa. Conocemos la historia: en vez de unir a los mexicanos para combatir a la delincuencia se dedicó a dividirlos y polarizarlos con discursos de odio. Hasta ahora, más de 150 mil homicidios dolosos y más de 20 mil desaparecidos. El sexenio más sangriento de la historia.
Comenzó agitando la bandera de la anticorrupción. Hoy esa bandera yace en el lodo, hecha jirones.
A los veinte días de que se reconoció su triunfo en las urnas, el INE sancionó a Morena por haber realizado un fraude con un fideicomiso dedicado a las víctimas del temblor. Utilizaron el dinero de los damnificados para su campaña. Desde ese momento no han dejado de sucederse los escándalos:
Al comienzo de su gobierno se reveló que varios secretarios de su gabinete mintieron en su declaración patrimonial: ni Olga Sánchez Cordero ni Javier Jiménez Espriú registraron sus departamentos en Houston. No pasó nada. Otros de sus secretarios fueron nombrados por la mera cercanía con el presidente: un ingeniero agrónomo para Pemex, sin experiencia en asuntos petroleros, pero sí su paisano y amigo; el secretario de la Sedatu, sin experiencia, pero hijo de su panegirista Lorenzo Meyer; la secretaria del Trabajo, sin experiencia, pero hija de una excolaboradora suya. Corrupción es nombrar a personas no preparadas para sus puestos.
Más tarde se reveló que Manuel Bartlett era dueño (aunque trató de esconderlo bajo las faldas de su mujer), de 23 propiedades y varias empresas. Que el fiscal Gertz poseía un centenar de autos de lujo y opulentas propiedades en varias ciudades del mundo. Que la secretaria de la Función Pública era dueña de media docena de propiedades que excedían por mucho sus ingresos. Ninguno recibió castigo.
Qué duda cabe que en el sexenio de Peña Nieto abundó la corrupción abierta. Tampoco cabe duda a estas alturas de que el gobierno de López Obrador es igual o más corrupto que el anterior. Ocho de cada diez contratos federales se otorgan sin licitación a los amigos del presidente. Las obras emblemáticas se entregan tarde y con presupuestos muy superiores a lo dispuesto. Segalmex es la joya de la corona: corrupción a cargo de los más pobres, exactamente como la ‘estafa maestra’ pero con montos mucho mayores. No son iguales, son peores.
Los hijos, los hermanos, la prima, la cuñada del presidente han sido señalados por corrupción. Esa corrupción fue exhibida en videos, evidencias no faltaron. Lo que faltó fue la decisión de castigarlos. Desde Presidencia se mandó el siguiente mensaje a los funcionarios de la cuatro té: si se permite la corrupción en el primer círculo presidencial, se permite para todos.
Los “intelectuales” y “periodistas” amigos también han sido recompensados. La Jornada ha recibido casi mil millones de pesos de publicidad. Los moneros de ese diario (Rafael Barajas es considerado “el arquitecto intelectual” de este gobierno) han sido premiados con contratos y prebendas. Toda una ralea de tinterillos vive de las ubres de los diarios basura patrocinados por el gobierno. Corrupto el gobierno, corruptos sus “intelectuales”.
Cuando el presidente quería demostrar que su gobierno había terminado con la corrupción sacaba un pañuelo sucio y lo agitaba. El presidente cree que basta con repetir mil veces en sus conferencias la mentira de que se acabó la corrupción para que esto sea verdad. El principal recurso de López Obrador contra la corrupción ha sido retórico: decir que se acabó la corrupción. Todos los índices de corrupción en el mundo demuestran que esto es falso.
Una de las razones por las que el presidente ha buscado inhabilitar al INAI es para evitar que se demuestre la corrupción de su gobierno: el mundo ideal.
El presidente no obtiene dinero por los actos de corrupción que solapa, obtiene poder. A sus colabores los deja enriquecerse si le dan poder. Si le demuestran que el Secretario de Defensa gastó cientos de millones en viajes familiares el presidente responde: “¿y qué, cuál es el problema?” López Obrador cedió las aduanas y los puertos a los militares para, al corromper a su cúpula, volverlos sus aliados inconfesables.
El sexenio de los 800 mil muertos por Covid. El sexenio más sangriento de la historia será recordado también como el más venal. El PRI y el PAN habían dejado en este rubro la vara muy alta. López Obrador quiso pasar a la historia y lo logró: la cabeza del gobierno más corrupto.