A los mexicanos nos espera en 2024 una elección de Estado. Al servicio de la candidata oficial, todos los recursos del gobierno federal y de la mayoría de los estados, espacios prominentes en los medios de comunicación y “cerco informativo” para la candidata de oposición. La campaña de Sheinbaum recibirá dinero a raudales, legal e ilegal. El INE está claramente inclinado a favor de Morena, mientras que al Tribunal Electoral le falta muy poco para quedar bajo el dominio de Morena, el nuevo PRI, el nuevo partido de dominación hegemónica en México.
El ascenso de Claudia Sheinbaum a la Presidencia significaría el fin de la democracia mexicana. Veintisiete años nos habría durado el gusto. De 1997, cuando el PRI por primera vez perdió el control del Congreso, hasta 2024, año en el que la Presidencia podría volver a controlar todos los hilos del poder.
No todos los hilos, por cierto. A pesar de sus abiertos intentos para cooptarla (dos de los ministros que propuso “se le voltearon” al presidente), la Suprema Corte de Justicia ha preservado su independencia, no sabemos por cuánto tiempo, ya que López Obrador ha decidido emprender una nueva embestida para hacerse del control de la Corte empalmando una iniciativa de ley con la campaña electoral.
Tampoco tiene del todo el control del crimen organizado, que se encuentra fragmentado y enfrentado. No será fácil prolongar el pacto con el cártel dominante, el de Sinaloa. En su momento lo señaló Porfirio Muñoz Ledo: “Debe entender López Obrador que su contubernio o alianza con el narco no es heredable. Siempre buscan entenderse con el que va a llegar”. Todavía no acude Sheinbaum a Badiraguato “a saludar a la mamá del Chapo”, como se conocen a las reuniones con la plana mayor de Zambada.
López Obrador reaglutinó al sistema mafioso que la transición política por algún tiempo dispersó. El Ejército, los empresarios y los medios de comunicación han vuelto al redil bajo la promesa de nuevos contratos. Hasta el lenguaje ha vuelto a ser el mismo. Hace unas semanas Claudia Sheinbaum se comprometió a lograr “el carro completo” en el 2024. Qué ilusos los que pensamos que el PRI había muerto. El PRI trasmutado en Morena está más vivo que nunca —¡hasta con Manuel Bartlett incluido!— y piensa recurrir a sus viejas mañas para hacerse del control de los resultados de la elección del próximo año.
Falló la transición. Los contrapesos que construyó han sido insuficientes para enfrentar la destrucción institucional del actual gobierno. No se llevó a cabo una labor de pedagogía democrática para afirmar los valores de la libertad y tolerancia, como ahora sí lo está haciendo el gobierno con la pedagogía populista a través de los nuevos libros de texto. El PAN no formó nuevos cuadros, por el contrario, hizo muy difícil la incorporación a ese partido, con el fin de no poner en riesgo el control de la dirigencia. Los actores de la transición actuaron con mezquindad y cortedad de miras, replegándose a sus asuntos. El precio de ese abandono lo pagamos hoy.
La sociedad mexicana ya una vez pudo ganarle al dinosaurio y puede volver a hacerlo. El camino será arduo. Las enormes manifestaciones de la sociedad civil a favor del instituto electoral tienen que transformarse en nuevas organizaciones en defensa de las libertades. Se tiene que luchar uno a uno por los contrapesos perdidos. Recuperar las funciones del INAI y pugnar por poner de pie el sistema anticorrupción. Fortalecer a los medios de comunicación escritos mediante suscripciones. Crear un sistema de apoyo digital que defienda los derechos elementales, una especie de Uber cívico. Hacer trabajo en las universidades. Crear nuevos cuadros que redescubran los valores democráticos. Sólo se aprecian las cosas cuando se han perdido. Y en México hay grandes posibilidades de que la democracia quede de nuevo enterrada bajo el peso del partido populista.
La democracia se conquista y se pierde. El gran error de la transición fue creer que la locomotora democrática ya estaba sobre rieles y que lo único que se necesitaba era dejar que marchara sola. Bastó un sólo individuo para descarrilarla. A esto ayudó el contexto internacional. No falló sólo la transición mexicana. A partir de la crisis de 2009 vimos aparecer en el mundo una ola populista que se ofrecía solucionar las insuficiencias de la democracia liberal. López Obrador, cuyo capital político luego de su derrota en 2012 se encontraba muy disminuido, supo montarse en esa ola de descontento global. Los populistas en el poder hasta el momento no han sabido demostrar que saben gobernar. Basta ver el desastre del gobierno obradorcista en salud, educación, seguridad, combate a la corrupción y economía.
Si pudimos antes enfrentar al dinosaurio y vencerlo, lo podemos volver a hacer ahora. Falta que la sociedad civil despierte de su letargo; que cobre conciencia de que estamos a punto de asistir al entierro de una comunidad tolerante y amante de la libertad; que salga a la calle a defender lo que nunca debió haber perdido: el valor de defender las causas democráticas.