Qué pena que el enfrentamiento del presidente López Obrador con un empresario poderoso ocurra en el ocaso de este gobierno. Qué pena que el alto empresariado mexicano no confrontó antes al presidente.
Los empresarios dejaron pasar la oportunidad cuando fueron extorsionados en la famosa cena de los tamales de chipilín. Aceptaron entonces dar dinero a cambio de nada, porque el avión ‘subastado’ terminó en los hangares de una república autoritaria prorrusa.
Otros empresarios sí confrontaron al gobierno durante el sexenio. Baste recordar la oposición de la Coparmex cuando la dirigió Gustavo de Hoyos. La posición confrontativa de De Hoyos no fue del agrado de muchos empresarios, que optaron por una línea más suave con el gobierno.
Qué pena que luego los empresarios se alinearon con el gobierno, como fue la posición de Carlos Salazar al frente del Consejo Coordinador Empresarial. Su lógica era clara: la confrontación no es buena para los negocios. Y de lo que se trata es de hacer negocios, preferentemente con el gobierno (campeón de las adjudicaciones directas).
Aunque el grueso de la economía esté en manos de la iniciativa privada, enemistarse con el gobierno crea un mal ambiente para los negocios y, si crece la confrontación, el gobierno ya mostró que el SAT puede y va a ser usado como su brazo punitivo en contra de sus adversarios políticos.
Qué pena que en este gobierno no ocurrió la separación entre el poder y el dinero que se prometió al comienzo. La antigua y feroz “mafia del poder” devino en terso consejo de asesores del presidente, siendo uno de los más cercanos, Ricardo Salinas Pliego. Le llovieron entonces contratos extraordinarios: la recepción de remesas, el pago de las becas y los apoyos sociales.
La relación entre Salinas Pliego y López Obrador viene de muy atrás, son buenos amigos. En 2006, tras las cerradas y disputadas elecciones, TV Azteca le brindó al movimiento obradorista un programa (tres veces a la semana durante algunos meses) para que expusiera “la otra verdad”. Salinas Pliego se la jugó entonces con López Obrador. Apoyó darle cobertura especial, y precios bajísimos a sus programas, para que expusiera sus manifestaciones contra Calderón. Salinas Pliego y López Obrador eran más que amigos, eran socios en la lucha por el poder.
Ahora la situación ha cambiado. El gobierno persigue al empresario, lo acosa fiscalmente, lo exhibe ilegalmente, monta campañas en las redes contra sus empresas, le cancela concesiones —como la del club de golf en Huatulco— antes de tiempo. Las decenas de contratos que tenía con el gobierno se redujeron a uno solo.
Qué pena que todas las críticas de Salinas Pliego a los “gobiernícolas” las dirija ahora que ya no tiene contratos y no las dijera cuando era socio político y económico de este gobierno y amigo del presidente. ¿No eran “gobiernícolas” cuando tenía contratos con el gobierno? ¿Comenzaron a ser “gobiernícolas” cuando perdió sus contratos?
Ahora ya es otro el tono de Salinas Pliego. Así se refiere al gobierno actual: “ya en lo último del poder, con pruebas claras de su nexo con el narcotráfico, con negocios y contratos llenos de corrupción” (en X, 23.Mar.24). Subrayo: “con pruebas claras de su nexo con el narcotráfico”.
No se antoja sencillo un pacto del frente opositor con Salinas Pliego, los tiempos y la tendencia de las posturas expresados en los noticieros están bien vigilados. Los voceros del gobierno han sabido comunicar que Salinas Pliego se encuentra en rebeldía por negarse a pagar impuestos. Pero sin duda va a ser una piedra en el zapato en lo que resta de gobierno para López Obrador y para un posible gobierno de Claudia Sheinbaum.
Sería deseable que la rebeldía empresarial se extendiera. Que ocurriera una auténtica separación entre el poder político y el poder económico. Que el Ejército dejara de distorsionar el mercado al participar como agente económico y regresara a sus cuarteles. Sería deseable un gobierno mayoritario que pudiera negociar con las minorías reformas de fondo. Sería deseable que en asuntos tan graves como la inseguridad se formalizaran negociaciones del gobierno con la oposición, los empresarios, los medios, los intelectuales y la sociedad civil.
Sería deseable un país plural y democrático, que respetara las leyes. Un país en el que los desacuerdos entre el poder político y el económico pudieran expresarse en un ambiente que no fuera el de la confrontación y el insulto.
Qué pena que la mayoría de los empresarios de este país convalidaron a lo largo del sexenio atropellos a la ley con tal de seguir en buenos términos con el gobierno. Qué pena que el pleito con el empresario de la televisora sea con el de la de menor tamaño. Qué pena la falta de solidaridad del gremio empresarial frente al empresario agredido, porque mañana ellos podrían ser las víctimas del atropello. Qué pena, en fin, el poco apego del empresariado con las causas ligadas a la libertad y la democracia.