Hace tiempo México era un país respetado en el mundo por su negativa explícita a involucrarse en los asuntos de otras naciones. Esto cambió con el arribo del gobierno populista. López Obrador impuso su estilo personal a nuestras relaciones exteriores: errático, conflictivo, aldeano. Su visión del mundo es la de un presidente municipal de Macuspana.
Durante sus primeros años, López Obrador pudo esconder sus complejos bajo la fachada de la Doctrina Estrada. Pasado el tiempo el presidente va desnudo: su apoyo a regímenes autoritarios y a intentonas golpistas lo han pintado de cuerpo entero. Cuando ha sido necesario que México adopte una posición firme en algún asunto de relieve internacional (la invasión de Rusia a Ucrania, la violación de los derechos humanos a las mujeres en Irán, la represión de disidentes en Cuba, la represión de Nicolás Maduro contra la oposición en Venezuela), el presidente ha evadido la condena enérgica. Cuando lo mejor sería que guardara prudencia, López Obrador se ha metido donde no lo llaman, como en las elecciones en Perú y en Argentina. La imagen es terrible: un presidente extraviado en el laberinto de un mundo que le quedó demasiado grande y que no entiende.
Un nuevo incidente vino a sumarse a la cadena de desatinos en las relaciones exteriores de México: luego de una serie de desafortunados comentarios de López Obrador sobre las elecciones en Ecuador, este país declaró persona non grata a la embajadora mexicana y la instó a abandonar el territorio ecuatoriano. El conflicto escaló: México decidió conceder asilo político al exvicepresidente Jorge Glas, contraviniendo acuerdos internacionales que dictan que no puede otorgarse asilo a una persona inculpada o procesada en forma ante la justicia. A esta medida, Ecuador respondió con otra no menos arbitraria: ingresó en la Embajada mexicana para detener a Glas, tras lo cual México rompió relaciones con Ecuador.
Nos encontramos en medio de un conflicto internacional ocasionado por la absurda intromisión de México en los asuntos de otra nación. ¿Y la Doctrina Estrada? ¿Y el compromiso de López Obrador de no inmiscuirse en los asuntos internos de otros países? A tan solo unos cuantos meses de que deje el poder, López Obrador —poseído por sus ocurrencias— continúa erosionando las políticas que tantos años le costó a México construir. Nada de eso le importa al presidente.
La candidata oficial no se ha cansado de repetir que, de ganar las elecciones, su gobierno será de continuidad, lo cual parece una amenaza a los mexicanos. Se continúa lo que ha funcionado, se cambia lo que ha fracasado. El gobierno populista fracasó en su estrategia de seguridad: 183 mil muertos lo confirman. Fracasó en su modelo de salud: más de 50 millones de mexicanos no gozan de atención sanitaria. Fracasó al enfrentar el covid: según un estudio reciente, el gobierno es responsable al menos de la muerte de 225 mil personas por su pésima administración de la pandemia. Fracasó en la economía: crecimiento de apenas 1 por ciento en cinco años. Fracasó en la educación: hay un millón y medio de estudiantes menos a nivel básico que cuando comenzó este gobierno. A este conjunto de fracasos debe añadirse el rotundo fracaso en las relaciones internacionales de México.
El gobierno de López Obrador apoyó con su silencio el golpe de Estado que intentó perpetrar Donald Trump en enero de 2021; apoyó la violenta represión contra los disidentes cubanos que ejecutó el dictador Díaz Canel y fue más lejos: le ofreció la tribuna oficial en la ceremonia del 16 de septiembre; apoyó tácitamente a Vladímir Putin al igualar la acción invasora rusa con la acción defensiva ucraniana; apoyó con su indiferencia el fraude que Evo Morales quiso ejecutar en Bolivia e incluso le brindó asilo; mostró su solidaridad con Cristina Kirchner cuando la justicia la condenó por sus flagrantes actos de corrupción; guardó silencio sobre las gravísimas violaciones a los derechos humanos en Nicaragua; se ‘dobló' ante Trump cuando éste amenazó con imponer aranceles a México si no accedíamos a plegarnos a la política migratoria de Estados Unidos; apoyó al depuesto presidente peruano Pedro Castillo luego de que éste intentó dar un autogolpe de Estado; puso las relaciones con España en ‘suspenso’ luego de que este país se negó a disculparse con México por la Conquista; más recientemente, insultó al recién electo presidente de Argentina por no coincidir con él ideológicamente.
Regresamos a nuestro estatus bananero. No contamos en los organismos internacionales, no somos un factor a tomar en cuenta en la geopolítica.
A todo lo anterior debemos ahora sumar el conflicto con Ecuador, que ocurre (¿casualmente?) en tiempos electorales. La estrategia de provocar un conflicto externo para lograr la cohesión interna es muy vieja. De las filas morenistas se pide ahora a los mexicanos apoyo al presidente, por motivos “patrióticos”. Es en estos momentos que no debemos olvidar las palabras del Dr. Johnson: “el patriotismo es el último refugio de los canallas”.