Leer es poder

¿Dejaremos que nos sigan engañando?

Sheinbaum —como antes López Obrador— sabe que miente. Sabe también que sus mentiras no tendrán consecuencias.

El gobierno de López Obrador se caracterizó por la mentira sistemática. Más de cien mil mentiras, imprecisiones y “otros datos” sostuvo en sus conferencias matutinas.

La mentira como forma de gobierno trasciende a la administración anterior; es algo propio de los gobiernos populistas. Lo esencial de su forma de gobierno está basado “en una gran mentira: que hay un solo pueblo que solamente ellos representan” (J.W. Müller, ¿Qué es el populismo? Grano de sal).

En el caso mexicano, la mentira estuvo —y está— apoyada en un poderoso sistema de difusión, público y privado. Los medios de comunicación masivos difundieron las mentiras del gobierno sin análisis alguno, sin confrontarlas con la verdad, sin desmentirlas. Lo hicieron porque es lo que hacían desde los tiempos del priismo clásico: lo que diga el presidente es la ley y hay que difundirlo. Sin importarles que ese mecanismo servil recordara la sentencia leninista: proporcionaron la soga con la que finalmente serán ahorcados.

No es que Claudia Sheinbaum haya heredado la mentira metódica de su antecesor o que sea una más de las cosas que le copia. Forma parte medular de su estilo de gobierno, del gobierno populista. No importa la verdad, que es cosa de pocos, sino la mentira que se pueda difundir masivamente.

Lo acabamos de ver. The New York Times publica un sólido reportaje sobre la producción de fentanilo en Culiacán. Al día siguiente, Sheinbaum dice que es falso y en una segunda ocasión lleva a “expertos” que supuestamente lo desmienten. Las redes se encienden. Publican varios reportajes (BBC, PBS, Le Monde y hasta un reportaje de Televisa) que muestran con claridad que el reportaje del New York Times dice la verdad: en México se produce el fentanilo que luego se exporta a Estados Unidos y que es el responsable de la muerte de decenas de miles de jóvenes norteamericanos.

Sheinbaum —como antes López Obrador— sabe que miente. Sabe también que sus mentiras no tendrán consecuencias. Sabe que puede mentir impunemente. Las voces de sus críticos llegarán solo a un sector vociferante pero reducido de la población. Lo que ella diga, en cambio, será transmitido por todos los canales de televisión y todas las estaciones de radio, por todos los medios y las redes sociales; cientos de bots se encargarán además de arrojar lodo a los que difundan lo contrario de lo que ella dice.

El modelo de las conferencias sistemáticas lo copió López Obrador de Hugo Chávez (“Aló, presidente”), lo probó cuando fue jefe de Gobierno de la Ciudad de México y lo desarrolló a plenitud en su periodo como presidente. Al asumir Sheinbaum el poder, dijo que cambiaría el modelo de las conferencias, pero ante el nulo impacto que provocó el nuevo formato, volvió a la fórmula conocida y efectiva. Así, cada mañana la vemos decir chistes sosos, descalificaciones a sus críticos y mentiras descaradas. No, México no es autosuficiente en combustibles. No, México no alcanzó en diciembre su más alto nivel de empleo. No, México no es el país más democrático del mundo. Y por supuesto: es falso que México no sea el primer productor de fentanilo en el mundo.

El asunto es: ¿qué hacemos con esas mentiras que inundan los medios y que la sociedad mayoritaria cree a pie juntillas porque en México al presidente se le cree y “si lo dicen en la televisión debe ser cierto”? Millones de personas creen que el AIFA es el mejor aeropuerto del mundo, que el Tren Maya es la mayor proeza de ingeniería del planeta y que Dos Bocas refina cientos de miles de barriles de gasolina. Puras mentiras.

Lo que dice Sheinbaum en sus conferencias no va dirigido al público extranjero, tampoco se dirige al público enterado; su objetivo es su público base, sus simpatizantes, sus votantes cautivos.

¿De qué sirve decir la verdad en un país de mentiras? ¿De qué sirve tener la razón si millones beben y comen todos los días las mentiras del gobierno?

Propuse hace tiempo un sitio de Internet dedicado a desmentir puntualmente cada una de las mentiras de la presidenta. Ese servicio ya existe, se le puede seguir en Twitter: El Sabueso, una herramienta de Animal Político. Pero no es suficiente.

¿Qué hacer? Animar a los medios masivos de comunicación parece inútil. Si se mueven, les agita el fantasma de las concesiones. Además, les va muy bien difundiendo las mentiras de la Presidencia, ¿para qué moverle?

Anegados en la mentira oficial, la sociedad chapotea estérilmente en un pantano de desinformación. ¿Cómo salir de ahí? No lo sé. Pero seguiré insistiendo en este tema, que es central. De él depende que algún día podamos salir de la oscuridad antidemocrática y autoritaria que nos cubre con su manto espeso de mentiras.

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