Leer es poder

La mejor dictadura del mundo

Si no somos una dictadura, vamos camino a serlo. La constitución ya dejó de ser el marco que regula nuestra vida pública. Con la ilegítima supermayoría de Morena pueden cambiar la constitución para validar cualquier absurdo.

Los políticos, comentaristas e intelectuales opuestos al gobierno actual dicen que ya no vivimos en una democracia, que ahora vivimos bajo un gobierno autoritario. Algunos van más lejos y dicen que ahora padecemos una dictadura y que del populismo pronto pasaremos al fascismo. Pero la gente no ve cambios en su vida diaria y tiende a pensar que los opositores deliran o, cuando menos, exageran.

La crítica no se corresponde con lo que se percibe. Una dictadura es opresiva, cancela las voces disidentes, persigue opositores, se apodera de los medios de comunicación. Un gobierno fascista utiliza la fuerza para imponerse; los militares allanan domicilios y se llevan a los críticos a los cuarteles o simplemente los desaparecen. México no se parece a la dictadura cubana o a la chilena bajo Pinochet.

Los críticos del gobierno afirman: “hacia allá vamos”. Algunos hablan del huevo de la serpiente: ya está entre nosotros, romperá pronto el cascarón y emergerá un gobierno autoritario y por fuerza violento.

Las condiciones están dadas: la militarización es un hecho, el Poder Legislativo y el Poder Judicial quedaron ya supeditados al Poder Ejecutivo, el gobierno es autista y no escucha las voces opositoras, se ampliaron ciertas figuras legales (como la prisión preventiva oficiosa) para actuar contra los adversarios del gobierno, los militares se dedican, entre otras muchas cosas, al espionaje político, se hace un uso intensivo de la propaganda, se advierten signos claros de connivencia con el crimen organizado. Lo que no se ve por ningún lado es el “humanismo mexicano”. La educación, la salud ni la lucha contra la pobreza caracterizan al gobierno. Sus signos más visibles son la ineficacia, el despilfarro de recursos, la corrupción y el nepotismo. Es visible también la rigidez de la presidenta, su visión distorsionada por la ideología, su incapacidad para leer lo que sucede en el mundo, el secreto a voces de que sigue recibiendo órdenes de López Obrador.

A pesar de estas manifiestas incapacidades, la presidenta parece gozar de un fuerte apoyo popular; a pesar también de los signos ominosos que se advierten en el horizonte (mal manejo de la economía, el amenazante gobierno de Trump). Si viviéramos sometidos a un gobierno autoritario —dicen los partidarios del gobierno en turno— ¿la presidenta gozaría de esta popularidad? La respuesta es sí. La gente parecía contenta y orgullosa durante los gobiernos fascistas en Europa. Bajo el gobierno de Pinochet había trabajo, seguridad y una economía boyante. Durante décadas (gracias al subsidio soviético), el grueso de la gente en Cuba apoyó al dictador Castro.

Un gobierno autoritario impone orden. Los grupos criminales son sometidos al monopolio estatal del poder. Esto no ocurre en México. Pese al aumento desproporcionado en el presupuesto asignado a las Fuerzas Armadas y a la militarización de la seguridad pública, las masacres siguen ocurriendo. Culiacán sigue bajo el fuego cruzado de los cárteles; en Tabasco y Guerrero, la descomposición social producto de la violencia continúa en caída libre. En este rubro, el de la inseguridad, el autoritarismo morenista ha pactado con el crimen organizado. Ahora mismo hay gobernadores y presidentes municipales al servicio del narco. Las expresiones de Sheinbaum defendiendo a los grupos criminales frente a las bravuconadas de Trump no hacen, sino reforzar esta impresión.

Si México fuera una democracia, ¿por qué apoyamos (con petróleo, con médicos esclavizados) a la dictadura cubana? ¿Por qué validamos la descarada dictadura de Nicolás Maduro? Una dictadura busca sus iguales.

Si no somos una dictadura, vamos camino a serlo. La constitución ya dejó de ser el marco que regula nuestra vida pública. Con la ilegítima supermayoría morenista pueden cambiar la constitución para validar cualquier absurdo, desde la elección de jueces por voto popular hasta la protección del maíz. Con la mano en la cintura, cualquier diputado por capricho puede lanzar una iniciativa para decretar día oficial el cumpleaños del “Señor de la Chingada” o decretar que ya no se permiten críticas a la presidenta o expropiar cualquier terreno que le apetezca al líder del Congreso o retirar la concesión de una televisora a un empresario respondón. Pueden hacer las leyes que se les dé la gana. Y ya no habrá posibilidad alguna de frenar las arbitrariedades con un amparo.

Regresamos a los tiempos autoritarios del PRI, con variantes significativas: por el TMEC formamos parte de la economía norteamericana, hay una sociedad civil pequeña, pero significativa, que antes no existía, el crimen organizado ya no está supeditado, sino que se desempeña como socio del gobierno, el órgano electoral, pese a las inclinaciones morenistas de Taddei, sigue siendo un órgano autónomo.

El PRI tampoco fue una dictadura en forma; fue una dictadura blanda, una dictablanda. Hacia allá vamos. Hacia la consolidación de la mejor dictadura del mundo.

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