Leer es poder

No existen los puros

Trump no inventó a los trumpistas, quizá ocurrió al revés: Trump dio cara a su resentimiento, pero también a sus temores y a sus anhelos.

Se va Trump pero quedan los trumpistas, los que lo llevaron al poder. Sus causas siguen vivas, exacerbadas por la derrota. Trump no fue una curiosa anomalía sino el reflejo de un inmenso sector de norteamericanos. Muerto políticamente el perro, la rabia sigue ahí.

Más de setenta millones votaron por Trump en las elecciones de noviembre y una turba de miles estuvo dispuesta a dar su vida por él en la toma del Capitolio. Trump no inventó a los trumpistas, quizá ocurrió al revés: Trump dio cara a su resentimiento, pero también a sus temores y a sus anhelos. Se va Trump pero sus simpatizantes pueden volver a crear otro Golem.

La gran mayoría de los trumpistas no van por el mundo vestidos de vikingos y con la cara pintarrajeada. Conozco académicos respetables en Estados Unidos que apoyan a Trump y que piensan que con Biden vendrá el socialismo. No se trata de excéntricos conspiracionistas sino de personas razonables que han escuchado los discursos de la izquierda radical pronunciados por compañeros de ruta de Biden. Nos pueden parecer ridículos, no lo son, simplemente no compartimos sus razones. Trump las entendió y las llevó a la Casa Blanca. Perdió las elecciones pero no estuvo muy lejos de volverlas a ganar. Creemos que con Trump acabó la pesadilla pero para casi la mitad de los norteamericanos la pesadilla está a punto de comenzar. Si nos negamos a verlo nos negamos a entender.

Otro tanto ocurre en México con López Obrador y los obradoristas. López Obrador no es causa sino efecto. Es un reflejo del sentir de millones. ¿La gente estaba harta de la corrupción existente y votó por él para sanear al sistema? Ahora sabemos que no. El gobierno nuevo sigue siendo tan corrupto como los anteriores. La corrupción presidencial (exoneración de Pío, Felipa, Bartlett, Sandoval, etcétera) no les molesta, incluso la disculpan. Podrá ser corrupto, pero es su corrupto. No les importaba la corrupción en sí sino la corrupción de una élite endogámica y soberbia.

¿La mayoría votó por López Obrador para terminar con la inseguridad que los agobiaba? Si fuera así estarían ahora furiosos ya que la inseguridad ha ido en aumento. En vez de castigar al responsable de que tengamos los peores niveles de violencia que se hayan registrado en México, el partido del presidente lo premió con la candidatura a la gubernatura de su estado. Al encargado de contener la pandemia de Covid (más de trescientas mil muertes en su haber), el presidente lo calificó como uno de los mejores funcionarios del mundo. A la responsable de la impunidad de los corruptos y de la opacidad gubernamental se le quiere obsequiar con el INAI. A juzgar por lo anterior, la mayoría no quería eficiencia en el gobierno, quería que se fueran los que estaban. Quería a uno de los suyos en el poder. "Los pueblos tienen a los gobernantes que se les parecen", escribió Malraux.

En 2016 en Letras Libres calificamos a Trump de "fascista americano", pero jamás nos habríamos atrevido a escribir que el pueblo norteamericano era fascista, a pesar de que lo llevó al poder. Observamos con preocupación el creciente autoritarismo de López Obrador (militarista, concentrador de poder, amenazante con sus críticos) pero nos negamos a reconocer ese autoritarismo en el alto porcentaje de personas que aprueban sus actos. Contribuimos con ello a la mitología del pueblo bueno. El resentimiento de López Obrador es el de sus votantes. La corrupción de su gobierno es la de sus simpatizantes. Del mismo modo que los que ahora se oponen a su gobierno apoyaron o solaparon la malhechura y corrupción de los gobiernos anteriores. No son los buenos enfrentados al mal.

Estamos hechos de la misma madera de que están hechos nuestros sueños, señaló Shakespeare, a quien le faltó agregar: y de nuestras pesadillas. Concentramos nuestras críticas en los gobernantes y exentamos de responsabilidad a los que los apoyan. Es más urgente la crítica de la sociedad que la crítica del poder, que es sólo su reflejo.

La democracia es el mejor sistema que hemos inventado, con todos sus defectos. La democracia es el gobierno de la mayoría, pero tener el mayor número no significa tener la razón. Los electores votan con la cabeza, pero también con el hígado, el estómago y los bolsillos. Las mayorías son volubles y manipulables, pero las minorías no son mejores.

¿Queremos conocer por qué –pese a los centenares de miles de muertos por Covid-19, el pésimo manejo de la economía, la corrupción imperante, la militarización creciente, la inseguridad sin freno– López Obrador sostiene su alta popularidad? No es necesario gastar en encuestas millonarias, salgan a la calle, vayan a un mercado (con cubrebocas y sana distancia) y pregunten. A unos les gusta porque el gobierno les regala dinero en forma de becas, a otros porque se identifican con quien se come las eses y ve a Don Gato, otros simplemente por puro y duro resentimiento social. Las razones de los opositores no son superiores, aunque hablen de libertad y democracia. En la lucha por el poder no hay puros.

COLUMNAS ANTERIORES

Podemos elegir
Después del 2 de junio

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.