En días pasados, en un entorno donde el nivel democrático exige más y mejores políticos, el Partido Acción Nacional (PAN) llevó a cabo las elecciones internas para renovar su dirigencia. El proceso no tuvo nada destacado: lo que sabemos es que tuvo representación en las 32 entidades federativas y que solo participó el 45% de la militancia. El resultado fue la victoria de la propuesta encabezada por Jorge Romero.
Desde la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de la República, el PAN se visualizaba como el único partido capaz de hacer frente a la nueva visión de gobierno y estado que MORENA representaba. Muchos veían en esta oferta política el balance y contrapeso necesarios para frenar a un nuevo régimen que implicaba cambios sustanciales en áreas como la economía, la política, el comercio, las instituciones y la sociedad.
Una vez más, los mexicanos tuvimos la esperanza de que algún partido tomara una postura verdaderamente ciudadana y que, más allá de los intereses políticos, se ponderara lo que realmente le conviene a nuestro país. Lamentablemente, esa esperanza se frustró por la falta de un verdadero liderazgo y de una propuesta política real que pudiera convertirse en la oposición que se necesitaba.
Hay dos responsables de la decadencia del PAN. El primero es Marko Cortés, quien logró en muy poco tiempo desfigurar al panismo, fraccionarlo y dedicarse únicamente a construir lo que sería su salvoconducto político al término de su gestión. No debemos olvidar que el otro gran responsable fue Ricardo Anaya, un político que con una trayectoría, principalmente por la vía de representación proporcional, creyó tener las posibilidades y cualidades para convertirse en presidente de México. Recordemos que su candidatura no solo provocó división al interior del partido, sino que también fortaleció los números de AMLO durante el proceso electoral al dividir la ya débil oposición y funcionó como catalizador de la pulverización del voto de la clase media.
A pesar de estar en el exilio, Ricardo le dictaba a Marko lo que debía hacer. Curiosamente, y sin mérito alguno, hoy ambos son senadores de la República por la vía plurinominal.
El PAN ya había logrado ganar la presidencia de la República en dos ocasiones, llegó a gobernar en 11 estados al mismo tiempo y encabezó varios municipios a nivel nacional. No obstante, ese crecimiento, nacido de la esperanza de derrocar al PRI (partido que había ostentado el poder por más de 70 años), permitió al PAN un avance gradual pero sostenido, siempre congruente con su ideología y construyendo una militancia, en esencia, de jóvenes. Hoy, esa esencia se ha perdido. El PAN dejó de concentrarse en su estructura, en sus bases, en su narrativa y en su discurso. También olvidó crear líderes opositores. Sin duda, ese era el mejor perfil del partido: ser oposición.
Para nuestro debate puntual, debemos preguntarnos lo siguiente: ¿cuál será la meta de este nuevo PAN? ¿Los nuevos liderazgos representan realmente la esencia del panismo? ¿Será posible que recuperen su lugar como oposición y como gobierno?
Sin duda alguna, la meta que deberán cumplir es reconstruir las bases, sus estructuras y forjar verdaderos líderes opositores. Si bien no podrán participar de lleno en la arena política por la nueva geografía electoral que vivimos, sí deberán sentar los nuevos precedentes contra el régimen autoritario y populista que tendremos, por lo menos, un par de sexenios más. Este proceso de reconstrucción deberá tener metas claras y simples: recuperar, primero, municipios; luego, espacios en las cámaras locales; y, finalmente, gobernaturas y espacios en el congreso de la unión.
Los liderazgos que hoy propone el PAN, como el de Renán Barrera (quien perdió la candidatura al gobierno de Yucatán, estado considerado bastión del panismo) o Fernando Rodríguez Doval (quien ha sobrevivido de manera grisácea en el ambiente político desde su candidatura local en la CDMX por el distrito XX), no parecen tener el peso necesario. Por otro lado, Santiago Taboada, que no supo capitalizar la pésima gestión de la izquierda en la Ciudad de México, perdió de manera aplastante la jefatura de gobierno. Romina Contreras, quien heredó de su esposo Enrique Vargas la presidencia municipal de Huixquilucan y quiso asumir la dirigencia de la coalición en dicha entidad, perdió el corredor azul y no aportó casi nada en la contienda por la gubernatura. ¿Realmente es este el ejemplo para sentar las bases de un nuevo panismo?
Finalmente, para lograr ser una oposición con peso y representación, tendrán que entender que los liderazgos importan, que la congruencia es vital, y que de nada sirve un discurso opositor si las acciones no logran resultados reales.
Recordemos que hoy los incentivos para la gestión pública están mal orientados. Desafortunadamente, mientras el gobierno pueda seguir regalando dinero y la sociedad no recupere el anhelo de un México con oportunidades, con trabajo, con estudios y competitivo, seguiremos siendo una nación fragmentada, en la que cada uno busque su beneficio. Necesitamos construir un país en el que todos compartamos el mismo sueño: crecer y construir la nación que queremos.