Tenemos una crisis seria en nuestra frontera con los Estados Unidos. Por motivos electorales, los demócratas quieren suavizarla, mientras que los republicanos quieren agravarla para esgrimirla como la principal prueba de que Joe Biden es un presidente débil y que su partido aboga por una política de fronteras abiertas.
Biden es un presidente mal calificado y sus peores notas en la opinión pública las obtiene en la materia de migración. Durante toda la precampaña, Ron DeSantis, Nikki Haley y desde luego Donald Trump han hablado con rudeza de cerrar la frontera, en un concurso que pareciera dar el premio a la propuesta más radical.
Atraer la atención sobre los problemas de la frontera no es exclusivo de quienes buscan la presidencia, es un discurso común en los medios de comunicación del ecosistema conservador, los líderes del Partido Republicano y la gran mayoría de sus legisladores.
Entre estos personajes destacan las cada día más agresivas medidas tomadas por el gobernador de Texas, Greg Abbott, que han incluido colocar boyas en el río Bravo o incluso alambre de púas (el cual desgarra la carne de quien intenta pasar) en la zona de Eagle Pass, medida que esta misma semana ha sido rechazada por la Suprema Corte de Justicia por una votación de 5 a 4, lo que ha implicado que dos de los jueces conservadores (Roberts y Barret) se hayan inclinado contra la medida.
El Congreso es otro lugar donde la frontera es un tema central y más complicado se ha puesto porque los republicanos están metiendo otros asuntos en la misma olla de negociación.
Como lo ha señalado Dan Pfeiffer, “el otro problema que aqueja al Congreso es la solicitud del presidente Biden de fondos para Ucrania, Israel, Taiwán y los desastres naturales. Los republicanos más extremistas de la Cámara de Representantes, incluido el presidente de la Cámara, Mike Johnson, se oponen al dinero para Ucrania y declararon que no aprobarán la solicitud de Biden sin “lidiar con la crisis en la frontera”.
Mientras tanto, en el Senado, los propios republicanos no quieren comprometer la ayuda a Ucrania a causa de la frontera y están haciendo malabarismos para seguir machacando a Biden con el tema migratorio, al mismo tiempo que tratan de impedir el daño a las posiciones geopolíticas en Europa.
Para ello están cocinando un acuerdo con senadores demócratas donde se limitaría el número de personas a las que se les otorga “libertad bajo palabra” durante el tiempo que se llevan a cabo sus juicios, al término de los cuales se definirá si pueden o no permanecer legalmente en los Estados Unidos.
Sobre el asunto de la “libertad bajo palabra”, coloquialmente conocida como “el permiso” entre los migrantes que con ella pueden vivir y trabajar en los Estados Unidos, las posiciones entre partidos son muy diferenciadas, sin embargo, la balanza se está cargando hacia la postura republicana al condicionar recursos para proyectos geopolíticos prioritarios.
El New York Times explica con claridad las diferencias: “el Partido Republicano considera que la libertad condicional es un vacío legal peligroso que alimenta la inmigración ilegal y debe cerrarse estrictamente. Para muchos demócratas, es una herramienta crucial que permite a la administración tratar a los migrantes desesperados con humanidad, algo que debe preservarse, en particular para las poblaciones vulnerables que huyen de estados fallidos y de la guerra”.
A final de cuentas, no olvidemos que en estos jueguitos políticos en medio quedan personas reales de carne y hueso, llenas de dolor, incertidumbre y a la vez esperanzadas de cambiar el destino propio y de sus familias. Es indignante el uso de estas personas como peones de un ajedrez frío y distante, donde todos los jugadores políticos de ambos lados de la frontera hacen jugadas para sacar raja a costa del sufrimiento de la gente.
El uso cínico y desalmado de la crisis migratoria también ha sido de gran utilidad para el actual gobierno mexicano, que ha usado como moneda de cambio y palanca de presión abrir o cerrar el flujo migratorio. Útil para los intereses particulares del gobierno en turno, inhumano con las personas y a la vez poco constructivo para los intereses de México como nación.
Lamentablemente, la agenda de la relación bilateral se carga hacia temas de seguridad interior y tráfico de drogas, especialmente el asunto del fentanilo, mientras que se dejan en un segundo plano materias tan importantes y necesarias para el desarrollo del país como los asuntos de inversión, comercio, cooperación económica e incluso la situación de tantos millones de mexicanos que viven a la sombra en espera de una reforma migratoria que les permita abandonar su situación de ciudadanos de segunda.
Pobres de los migrantes, tan lejos de una reforma migratoria y tan cerca de los intereses mezquinos de las clases políticas de México y Estados Unidos.