Este año votará medio mundo. No es metáfora. Habrá elecciones en 64 países que aglutinan el 49 por ciento de la población mundial. Tan solo en la democracia más grande del mundo, en la India podrán votar unos 900 millones de electores.
Bueno, no votarán todos los que tienen la posibilidad de hacerlo.
En esos 64 países las diferentes tasas de abstencionismo nos darán una idea de la enorme proporción de seres humanos que están desinformados, desenganchados o desilusionados con la democracia y sus resultados.
No votarán todas porque entre los distintos países existen diversos grados de actividad para suprimir, condicionar o no respetar la voluntad ciudadana en las urnas. En numerosas ocasiones tampoco los procesos son libres o justos.
El México contemporáneo logró apenas en la última década del siglo pasado que se ciudadanizara la autoridad electoral, paso fundamental para que en 1997 el partido hegemónico perdiera el control absoluto del Congreso y en el 2000 dejará la silla presidencial, dando paso al primer gobierno de la alternancia.
Millones de mexicanos valoran la institución y el proceso que nos ha permitido decidir en libertad quién nos gobierne. Un gran testimonio de esto es el poder de convocatoria que ha ido creando la ‘marea rosa’ con la defensa ciudadana de principios democráticos esenciales: defender el voto libre, la separación de poderes y un sistema de pesos y contrapesos eficaz.
A unos días, no solo de nuestra elección presidencial, sino también y quizás igual de importante, la renovación de las cámaras de Senadores y de Diputados, además de nueve gubernaturas y un sinfín de alcaldías y gobiernos locales, pareciera que el poder de un voto individual sería irrelevante.
No es así, los océanos están hechos de millones y millones de gotas de agua. La suma de cada partícula, de cada individuo, tendrá enormes repercusiones para todos.
Ayer hablaba con un amigo que vive en una pequeña ciudad o pueblo grande del Estado de México (cuestión de enfoques), quien me decía que no tenía certeza por quién iba a votar salvo en la boleta de su municipio donde premiará a la alcaldesa en funciones, quien desde su perspectiva ha tenido una valiosa y notable labor.
En lo local, ese voto tiene un positivo alcance local. El impacto de los votos va creciendo en la proporción de la cantidad de poder que se dispute. Por eso quisiera detenerme en la elección que se verificará en noviembre en los Estados Unidos, sin duda la más importante para el mundo.
En 2020 Joe Biden ganó la presidencia por un puñado de votos en estados péndulo como Wisconsin, Arizona o Georgia (entre los tres no llegaron a 43 mil votos de diferencia en una elección que votaron 158 millones de electores), alguien podría dudar de la importancia de esas 43 mil personas que con su voto influyeron no solo en el presente sino en el futuro de la humanidad.
Todo indica que nuevamente un puñado de votos determinará quién ocupará la Casa Blanca, lo que ha prendido las alarmas de la gran mayoría de los analistas estratégicos y geopolíticos en Washington, muy preocupados por las implicaciones globales de un retorno de Donald Trump.
Trump prefiere y admira los liderazgos basados en la fuerza y la autoridad, él también es del equipo del “no me vengan con que la ley es la ley”, al mismo tiempo que sostiene una visión nacionalista en la que cada país tiene derecho a definir sus intereses como le dé la gana dejando a un lado la política de alianzas internacionales, diálogos multilaterales, respeto a los derechos humanos y construcción de normas universales.
La visión nacionalista de Trump se traduce en la ley de la selva, donde el poderoso puede aplastar al débil sin titubeos ni remordimientos. Por eso estos analistas ven horrorizados el peligro de desmantelar todo el tinglado de arreglos internacionales, organizaciones de defensa como la OTAN y demás pactos estratégicos que han servido tanto para evitar una conflagración mundial como para defender los intereses de los propios Estados Unidos.
Con Trump todo indica que Putin podría salirse con la suya en Ucrania, que Netanyahu siga al frente de su activismo genocida, que Mohamed bin Salmán siga impune, que Viktor Orbán funcione como caballo de Troya en Europa y en general que cualquier líder nacional que apueste por la fortaleza y la mano dura cuenten con su apoyo, especialmente si debilitan el actual orden internacional.
Una visión geopolítica que fortalezca el predominio de los más fuertes tendrá como consecuencia una escalada en el gasto militar de las naciones y un ambiente donde las guerras y las agresiones sean más comunes. La vocación de los estadounidenses por defender su “derecho a portar armas” lo estarán exportando a la comunidad internacional.
El poder de unos cuantos votos emitidos este año va a dar forma al mundo en que viviremos en el futuro y en Arizona y Nevada serán de personas de origen mexicano.
De lo local a lo global, todos los votos cuentan.