Los pasados seis años hemos visto una dinámica comunicacional cotidiana en la que mensajes disruptivos, casi siempre diseñados como provocaciones y anzuelos, generan reacciones en los opositores que lo único que logran es fortalecer y consolidar la narrativa dominante.
En los albores de la nueva administración sería muy delicado que la oposición siga sin enterarse de cómo le juegan el dedo en la boca.
Antes de reaccionar visceralmente, poniéndose orgullosamente la playera del Real Madrid, recordando a algún antepasado gallego o defendiendo el estilo de vida que retrata la revista Hola, habría que hacer lo que normalmente no hace la mayoría de los representantes políticos, es decir, ponerse a leer.
Estimados lectores, los invito a leer la ya famosa carta que mandó el presidente López Obrador al rey Felipe VI de España (gob.mx ).
La carta señala aspectos como los siguientes:
(…) en 2021, México celebrará los primeros 200 años de su vida independiente. Nos encontramos, pues, en un periodo en el que resulta ineludible la reflexión.
(…) la conquista se realizó mediante innumerables crímenes y atropellos.
(…) se impuso la fe y se construyeron templos católicos sobre las antiguas pirámides y con los materiales de éstas; se instauraron la esclavitud y las encomiendas; las tierras propiedad de los naturales fueron usurpadas y repartidas a colonizadores y a órdenes religiosas; se realizó un sostenido saqueo de las riquezas naturales.
(…) se establecerá el 21 de septiembre como Día de la Reconciliación Histórica. Ese día el Estado mexicano pedirá perdón a los pueblos originarios (…) el desagravio hará énfasis en las guerras atroces y genocidas emprendidas por el gobierno mexicano en contra de los pueblos Yaqui y Maya.
(…) el Estado que presido no pide un resarcimiento del daño en pecuniario (…) México desea que el Estado español admita su responsabilidad histórica por esas ofensas y ofrezca las disculpas o resarcimientos políticos que convengan.
(…) invitar al Estado español a que sea partícipe de esta reconciliación histórica, tanto por su función principalísima en la formación de la nacionalidad mexicana como por la gran relevancia e intensidad de los vínculos políticos, culturales, sociales y económicos que hoy entrelazan a nuestros dos países.
La carta incluye una invitación al rey:
(…) el Gobierno de México propone a Su Majestad que se trabaje a la brevedad, y en forma bilateral, en una hoja de ruta para lograr el objetivo de realizar en 2021 una ceremonia conjunta al más alto nivel; que el Reino de España exprese de manera pública y oficial el reconocimiento de los agravios causados y que ambos países acuerden y redacten un relato compartido, público y socializado de su historia común, a fin de iniciar en nuestras relaciones una nueva etapa.
A mi parecer, es una carta que se inserta en los diversos procesos de revisión histórica que se están llevando a cabo en todas las regiones del mundo. Es justo y necesario evitar las reacciones viscerales y entrar a un proceso serio para reformular el relato sobre nuestra historia hacia uno que sirva más a la reconciliación que a la polarización.
Dice Yuval Harari que el estudio de la historia no consiste en estudiar el pasado, sino en estudiar el cambio, y para quienes todavía no se enteran, estamos viviendo grandes transformaciones a nivel global y nacional.
En Canadá ya se han promulgado leyes de reparación para los pueblos originarios; en Estados Unidos se ha encendido un acalorado debate por el proyecto 1619, que data en esa fecha el momento fundacional de esa nación a partir de la llegada de los primeros esclavos a las entonces colonias británicas o las leyes recientes en la propia España, relativas a la Memoria Histórica, cuyo principal objetivo es hacer justicia, ofrecer reparación y reconocimiento a las víctimas de la Guerra Civil (1936-1939) y la dictadura franquista (1939-1975).
La carta se inscribe en esta dinámica actual:
(…) se vulneraron derechos individuales y colectivos que con una mirada contemporánea deben asumirse como atentados a los principios que rigen a ambas naciones, formulados a través de tratados y otros convenios de cooperación.
La no respuesta del rey a esta carta que merecía abrir una conversación respetuosa (realmente no sabemos si la hubo o qué pasó en las comunicaciones diplomáticas sobre el caso) ha dado pie al desaire diplomático que le ha recetado la nueva administración.
Con este gesto la nueva administración manda la señal de que dará continuidad a actos simbólicos muy atractivos para las grandes mayorías y chocantes para las elites.
Al mismo tiempo se evidencia una continuidad con la idea de que la “mejor política exterior es la política interior”, premisa muy útil para consolidar poder político-electoral a favor de un grupo, pero muy nociva para la influencia internacional y la capacidad del país para atraer flujos de inversión, radicación de empresas y apertura de nuevos mercados.
La no invitación al rey Felipe VI es una falta de respeto diplomática y una rudeza que afecta nuestra relación con España, país con el que tenemos múltiples lazos económicos, familiares y culturales, al mismo tiempo que es oro puro para nutrir la eficacia demagógica del grupo en el poder.
La oposición debiera tener claro que estos gestos son muy bien recibidos por la mayoría de los mexicanos, tanto por los hechos reales de abuso de la corona española a lo largo de nuestra historia, como por los relatos mitológicos de que todo era paz y sabiduría antes de la llegada de los colonizadores.
Este debate seguirá nutriendo la narrativa esencial del grupo gobernante erigido como un defensor de los oprimidos contra los opresores, además de que provoca, una y otra vez, a los tontos útiles que en casos como este dan rienda suelta a sus reflejos racistas, clasistas y discriminadores, haciendo una vez más el caldo gordo a quienes supuestamente pretenden combatir.