El fin de año es buen momento para señalar tendencias de lo que sigue a los años complejos que hemos vivido desde la aparición del Covid-19, pandemia a la que le siguió -en el ámbito económico- una inflación muy acelerada y, en el orden geopolítico, el incremento de las tensiones entre China y Estados Unidos.
En eso estamos, viviendo un momento de enorme incertidumbre económica alimentada por divisiones geopolíticas profundas, detrás de las cuales no están presentes los grandes desafíos de la humanidad, como son el cambio climático y las desigualdades sociales, sino la disputa entre EU y China por la hegemonía en el orden internacional.
Es evidente que el mundo no está volviendo a la situación económica anterior al COVID y que la recuperación exigirá nuevas bases porque, tras el periodo de mercados globalizados, el orden mundial se está reconfigurando en torno a alineamientos regionales y políticos con tendencia a una polarización ideológica y política entre bloques.
Durante los años de mercados globalizados se entrelazaron la economía y la geopolítica, y todo parecía funcionar con China como la fabricante de una amplia variedad de mercancías y con Occidente como el mercado consumista, pero ocurrieron tres fenómenos que pusieron en alerta a Estados Unidos y lo llevaron a declararle una guerra comercial al gigante asiático.
Uno fue que la pandemia evidenció la dependencia de la economía globalizada de suministros originados en China, al quedar éstos suspendidos por la radical reclusión de las personas en ese país para evitar mayores contagios. La interrupción de suministros manufactureros desde China, aunado al alza de costos en energía y alimentos provocados por la guerra de Rusia contra Ucrania, han llevado la inflación que está sufriendo el mundo a niveles que no se habían visto en las pasadas cuatro décadas; siendo el alza de precios originado ante todo por distorsiones de la oferta y no de la demanda, al subir las tasas de interés para tratar de contenerla, la Reserva Federal y el Banco Central Europeo están provocando una inminente recesión en ambos lados del Atlántico. Un peligro aún mayor es la estanflación, que significa alzas de las tasas de interés que impiden el crecimiento y disparan el desempleo, sin que se logre reducir significativamente la inflación.
El segundo fenómeno detrás de las tensiones sinoestadounidenses es que durante los últimos 20 años el país asiático se transformó de ser sólo proveedor y productor con tecnologías extranjeras en el principal inversionista en África, Asia y Sudamérica. Su poderío económico se evidencia en hechos como que en febrero de 2022 superó el PIB de la Unión Europea; por otra parte, en enero pasado entró en vigor la Asociación Económica Integral Regional, un acuerdo de libre comercio entre las naciones de Asia y el Pacífico encabezado por Beijín, que es ya el bloque comercial más grande del mundo.
Basado en ese poderío económico y financiero, el gobierno chino ha declarado manifiestamente su intención de convertirse en el arquitecto de un nuevo orden internacional, lo que constituye el tercer fenómeno reciente que lleva a Occidente a confrontar a su adversario, al que con frecuencia creciente considera la amenaza de un enemigo.
China representa no sólo un competidor geopolítico con créditos otorgados, inversiones, mercados e influencia por todo el mundo, sino un desafío por el liderazgo en la competencia por el dominio espacial y militar, el cual se decidirá, en buena medida, sobre bases científicas y tecnológicas.
Tanto la dependencia de la economía global con respecto a las cadenas de suministros que se originan en China, como el empoderamiento geopolítico de Beijín y su franca intención de dominación en el orden internacional, han tenido como respuesta de EU la que dio el gobierno de Donald Trump al declarar una guerra comercial a China y pretender que las empresas estadounidenses radicadas allá regresaran a territorio norteamericano.
El presidente Joe Biden ha profundizado esa línea de acción y entre otras medidas, ha decretado el establecimiento de mayores controles y prohibiciones a la exportación de tecnologías avanzadas, como los semiconductores, porque de esos microcircuitos depende el liderazgo tecnológico del futuro, que ya gira en torno a la inteligencia artificial y sus aplicaciones en la conquista del espacio y en el orden militar.
Lo que está en juego detrás de esta pugna entre el gigante asiático y el Occidente encabezado por Estados Unidos, es el predominio hegemónico de alguno de dos escenarios visibles: uno de alta eficacia productiva y régimen autoritario, y otro el de las ideas que exaltan los derechos individuales y las libertades políticas que dieron lugar al neoliberalismo y han reducido las expectativas de casi todas las sociedades occidentales.