Muy precisa es la descripción del estado actual de los asuntos mundiales que ofrece George Soros, uno de los hombres más ricos de Estados Unidos; dijo que “Mientras que dos sistemas de gobierno están comprometidos en una lucha por la dominación global, la civilización humana está en peligro de colapso debido al avance inexorable del cambio climático”.
No lo podía haber sintetizado mejor: el mundo está entretenido viendo cómo va escalando la pugna entre Estados Unidos y China, que está por cruzar una línea sin retorno si el yuan petrolero comienza a desplazar al dólar, caso en el que Estados Unidos consideraría sustancialmente amenazada su seguridad e integridad nacional y estaría dispuesto a defenderla por cualquier medio.
Ninguna de los dos países dejará de emplear todo lo que considere necesario para imponerse y, no obstante el peligro real de guerra que representa ese conflicto, hoy por hoy no hay asunto político, económico, social y moral más importante que la crisis, o mejor dicho, la emergencia ecológica.
Soros da cuenta de que en julio de 2022 se produjo un calor extremo en Groenlandia, cuyo derretimiento de la capa de hielo es una amenaza para la supervivencia de miles de especies, de la humana sin duda.
Prácticamente todos los esfuerzos que se hacen ante el cambio climático se quedan en la mitigación y la adaptación, pero el sistema necesita reparaciones; por ejemplo, el hielo que cubre Groenlandia, que reflejaba la luz y el calor solar como espejo, además de que se está derritiendo rápidamente, está cubierto de hollín que dejan los incendios forestales que asolan California cada año, lo que hace que en vez de reflejar, absorba el calor.
Hay proyectos de restauración ambiental con base científica, como cubrir el cielo de Groenlandia con nubes blancas, pero ninguno se ha puesto a prueba. Hacen falta decisiones políticas y financiamiento; instituciones internacionales, como el Banco Mundial, tendrían que reorientar sus propósitos y concentrarse en reparar el equilibrio ambiental.
El norte de nuestro México está siendo una de las regiones más afectadas del planeta, con consecuencias en la economía y en conflictos sociales. La sequía que abarcó desde Oregon y Montana en Estados Unidos, hasta Baja California, Sonora y Chihuahua generó durante 2019 y 2020 enfrentamientos entre productores agropecuarios, usuarios domésticos y gobiernos estatales y el federal.
Este 2023 inició con prácticamente 80 por ciento del territorio nacional afectado por la falta de lluvias; el Servicio Meteorológico Nacional informó en enero que 79.51 por ciento del territorio nacional está en rangos que van de “anormalmente seco a sequía excepcional”.
Carecemos en México de un sistema institucional que se haga cargo de los conflictos económicos y sociales que seguirán presentándose agravados; se necesita mucho más que el Fonden para afrontar la realidad de la sequía y del cambio climático que ya nos alcanzaron. Las medidas reactivas serán cada vez más costosas e ineficaces, es necesario dejar de improvisar. La ONU recomienda prepararse con modelos de gestión, tanto de los riesgos de sequía como los propios del cambio climático.
Además de poner en juego proyectos con base científica y de reorientar políticas públicas y de organismos internacionales, los ciudadanos de a pie podemos hacer algo, aunque no seamos los responsables de la crisis, como sí lo son diversas industrias, particularmente la militar. Lo primero, dice el ecólogo Michael Löwy, es tomarnos en serio la crisis ecológica; “¿Tienes otras preocupaciones? Ninguna, sea personal, familiar o social es más grave que la catástrofe climática”.
Y entre sus recomendaciones destacó la de no actuar creyendo que el cambio ecológico resultará de la suma de pequeñas acciones individuales, sino de movilizaciones colectivas, entrelazando las luchas sociales por cualquier motivo con las ecológicas.