Contracorriente

Dos versiones de la desigualdad

Algo ha logrado el gobierno de la 4T contra las causas que han acentuado la desigualdad; el segundo piso de la 4T que promete Claudia Sheinbaum mantiene componentes sociales.

La desigualdad ha adquirido relevancia entre varios gobiernos y organismos internacionales, preocupados por encontrar medidas para revertir o al menos compensar su profundización; en México, en cambio, la derecha sigue aferrada a las interpretaciones ideológicas del fenómeno que usaba el neoliberalismo.

El discurso de la derecha mexicana se arma sobre la premisa de que la desigualdad no empobrece a nadie, sólo causa envidias; por su propio peso caen los argumentos de que la desigualdad no tiene nada que ver con la pobreza ni con el bajo ritmo de crecimiento, porque éste ‘sólo’ depende del ahorro interno (que haya créditos bancarios) y de las inversiones; si hay dinero hay inversiones, aunque los mercados sean pobres en su capacidad para comprar lo que se produjera con el aumento de inversiones.

En otras latitudes, la derecha es más realista; preocupado por la persistencia del bajo crecimiento del capitalismo global, por la emergencia climática y particularmente por los desafíos a su poder hegemónico que representan los avances científicos y tecnológicos, financieros y mercantiles de China, el gobierno de Estados Unidos reconoce entre sus debilidades principales el que la clase media haya perdido terreno (se haya empobrecido) y a los ricos les haya ido mejor que nunca.

Jake Sullivan, asesor de Seguridad Nacional del gobierno de Biden, presentó en mayo del año pasado en la Brookings Institution un repaso de la situación estadounidense, en el que destacó la desigualad; argumentó que había sido impulsada durante décadas por “políticas como recortes de impuestos regresivos, recortes profundos a la inversión pública, concentración corporativa sin control y medidas activas para socavar el movimiento laboral”, lo que, además, ha “desgastado los cimientos socioeconómicos sobre los que descansa cualquier democracia fuerte y resistente”.

Bastante más realista esta versión de la desigualdad, acelerada por las políticas fiscales, por la disminución de la oferta y calidad de los servicios públicos, por la liberalización de toda regulación que facilitó las fusiones en corporaciones con enorme concentración de riqueza y poder, y por el debilitamiento intencional del sindicalismo obrero, que explica la reducción de la masa salarial en el PIB.

Aunque el discurso se refiere a EU, sirve para identificar que lo mismo ocurrió en México, porque los gobiernos del PRI y del PAN optaron por seguir el llamado Consenso de Washington; de ahí que aquí también tengamos una estructura fiscal que pesa sobre la clase media y no como debiera, principalmente sobre las empresas; que el IMSS dejara de ser el eje de un sistema de salud de talla mundial como lo fue hasta hace cuatro décadas, y que la educación pública se hiciera notablemente deficiente para favorecer la preferencia por las escuelas privadas y finalmente, que los sindicatos perdieran poder de negociación y los salarios se erosionaran al grado de que tener trabajo no significara dejar de ser pobre.

Contra ese pasado va el aspirante demócrata a un segundo periodo en la Casa Blanca, y para lograrlo le debe ganar a Donald Trump convencido, como seguramente está, de que el único problema de la desigualdad es la envidia que causa.

Algo ha logrado el gobierno de la 4T contra las causas que han acentuado la desigualdad; el segundo piso de la 4T que promete Claudia Sheinbaum mantiene componentes sociales, como los incrementos salariales por encima de la inflación y la democratización de los sindicatos, un pilar clave del propósito político de atemperar las desigualdades desde donde se generan, que es el ámbito laboral.

Lo más importante de lo que se ha conseguido hasta ahora es el establecimiento de tendencias en la dirección correcta, aunque los datos numéricos no sean deslumbrantes todavía.

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