Por muchas razones, Estados Unidos se hizo grande y fuerte; menciono solo tres: su cultura no le teme a los cambios y los adopta rápidamente; tras la Segunda Guerra Mundial se convirtió en el emisor de la moneda de pagos internacional —sin respaldo de su economía desde 1980— lo que hizo que el resto del mundo financiara su déficit comercial externo y su gasto armamentista.
Otro pilar de esa potencia —el que más afecta al mundo actualmente— ha sido una industria que, junto con los transportes, consume el 24% de los hidrocarburos del planeta, la cuarta parte del total mundial, a pesar de que su población equivale a 4.3% de la humanidad.
De esas y otras cargas que representa Estados Unidos para el resto de los mortales, mitigar la emergencia ambiental en la que está el planeta debería ser el propósito prioritario. Que lo sea depende de quien gane la presidencia, aunque el proceso electoral no ha tenido al cambio climático como un tema destacado del debate.
Mucha más atención recibe la frontera con México que no detiene la migración, los cárteles de la droga, el fentanilo que mata miles de jóvenes; México es el tema preferido de los demócratas y republicanos, de la prensa y del electorado.
Ambos partidos y sus respectivos candidatos amenazan a nuestro país sin mirar que su propia farmacodependencia llevó a millones a necesitar el fentanilo y otras drogas, ni permitir que se conozcan sus propios canales de distribución de estupefacientes ni mucho menos que se combata el lavado de dinero de ese trasiego en la meca financiera que es Wall Street.
Pero quien gane la elección presidencial —Trump o Kamala Harris— haría algunas diferencias para México y para el mundo.
Harris, como Biden, recurriría a las investigaciones de inteligencia para conocer la penetración de los cárteles en los gobiernos municipales, estatales y federal de México y operar políticamente, mientras que Trump regresaría muy fortalecido en su xenofobia mexicana y en su misoginia, con amenazas de enviar al Ejército a nuestro territorio; nos harían pasar a los mexicanos tragos muy amargos y a la presidenta Sheinbaum también.
Harris, aparte de ser progresista y tener un origen cultural más universal, menos yanki, se entendería bien —sin dejar de ser representación del imperio— con Claudia Sheinbaum. Cuando Biden le encargó que se ocupara del asunto migratorio, no dejó de considerar a la pobreza y la falta de oportunidades como causas que originan esos movimientos en México y Centroamérica, como ha dicho AMLO.
En el tema global, para el mundo sería asimismo muy grave que Trump le ganara a Harris; el expresidente regresaría más fuerte en sus afanes de “hacer de América grande otra vez”, reindustrializando la economía, bajando los impuestos corporativos y eliminando regulaciones costosas, como las ambientales.
Cuando fue presidente, Trump sacó a Estados Unidos del acuerdo climático de París, al que la presidencia de Biden reincorporó y Trump volvería a sacar, y eventualmente también lo haría de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, según ha prometido, y todo para poder impulsar la producción de petróleo y gas, porque es de los que niegan que sea la actividad industrial movida por hidrocarburos el origen del calentamiento global.
Harris le daría continuidad a medidas que el Congreso y el actual gobierno estadounidenses han tomado para afrontar internamente el cambio climático, como el Green New Deal, Nuevo Trato Verde.
Inclusive con China, Biden logró un importante acuerdo: la Declaración de Sunnylands a finales del año pasado, la cual compromete a las dos naciones más contaminantes del mundo a limitar sus emisiones; ese crucial acuerdo se basó en la voluntad de cada uno de modificar sus propias fuentes contaminantes.
Con Trump en la presidencia no habría tal voluntad ni modificaciones, sino todo lo contrario, y China no se vería obligada a cumplir su parte.
Pocas veces han sido tan contrastantes los posibles escenarios en una elección presidencial de Estados Unidos, con tanto en juego para México y el mundo.