¿Por qué podría ganar Trump su reelección a la presidencia de Estados Unidos, según anticipa la mayoría de las encuestas?
Por varias razones, sin duda. La baja dinámica económica y la seguridad social precaria son dos muy importantes porque repercuten en inestabilidad laboral e incertidumbre ante eventos extraordinarios, como la pérdida de salud, lo cual tiene efectos negativos en el ánimo colectivo.
No hay que olvidar que el ánimo social en casi todo el mundo occidental no es el de hace cuarenta años; el actual ha sido troquelado por el neoliberalismo como un acendrado individualismo y perfil bajo del Estado, que lleva a que cada ciudadano, empleado, trabajador y consumidor se valga de sus propias capacidades y tenga que confrontarse con sus limitaciones y frustraciones.
Hace 2000 años, el historiador Tácito escribió que “Los seres humanos tenemos dificultades para soportar una gran sumisión o una gran libertad. Y es que la sumisión nos limita, pero la libertad nos descubre nuestras limitaciones”.
Los ciudadanos modernos dirían que no tolerarían una dictadura franca, pero tampoco se sienten cómodos con una democracia que, en aras de la libertad en abstracto, debilidad institucional en los hechos, hace que cada individuo dependa exclusivamente de sus habilidades para tener éxito o fracasar.
Ese es, sin embargo, un enfoque sustancial del neoliberalismo que rige desde hace 40 años y que no ha sido remplazado por un modelo alternativo. En ese lapso, la libertad de la población quedó comprometida con el desempeño de sus méritos individuales en una lógica de competencia feroz, de la que pocos salen triunfadores.
La fórmula ha convertido a cada individuo en rival de cualquiera que aspire, igual que él, a uno de los escasos empleos con mejor salario, y ha reducido principios y valores como la generosidad y la solidaridad a la lógica del darwinismo social.
Tal confrontación puso al descubierto las limitaciones de millones de trabajadores en todo el mundo occidental, aquellos con menos habilidades, astucia o determinación, y los despojó de la sensación de estar protegidos por instituciones públicas, despojo que ocurrió de manera violenta al sumirlos o acercarlos a la pobreza y forzarlos a cancelar expectativas de un mejor futuro propio.
Un resultado es que hoy por hoy, atenidas a sus propias capacidades para afrontar cualquier evento o adversidad, las personas se sienten más solas y vulnerables, más egoístas y desconfiadas de lo que se sentían al finalizar los años setenta del siglo pasado.
El entorno es agresivo y en ese ambiente tienen menos probabilidades de salir avante quienes se conducen con consideraciones por los demás y con honradez.
Trump -que falsea con descaro la realidad y atrae la admiración de muchos por la impunidad con que comete sus abusos- es un gran epítome de lo que se requiere para tener éxito y ser reconocido por millones de personas como el líder que necesitan para que les ‘revele’ las causas de sus frustraciones y les diga qué hacer con su energía y sus pensamientos para volver al redil que conduzca sus vidas.
No es la mayoría, pero entre los seguidores de Trump también hay quienes creen que representa la reivindicación estadounidense como la potencia hegemónica mundial que China, Rusia y hasta los integrantes del BRICS parecen amenazar.
México y la presidenta Sheinbaum tendremos -si el lunes próximo el Colegio Electoral le da el triunfo a Trump- tragos amargos de irrespeto, medidas atentatorias contra derechos humanos de migrantes a quienes querrá deportar masivamente, y acciones que lesionarían el potencial de crecimiento económico de nuestro país.
Entre las patologías de su personalidad, es bien conocida la misoginia compulsiva de Trump, de la que Claudia Sheinbaum, nuestra presidenta, tendrá que cuidarse.