México atraviesa un momento de gran incertidumbre. La reforma al Poder Judicial, aprobada la semana pasada, ha generado desconcierto y un profundo sentimiento de inconformidad entre la ciudadanía. Es natural que nos sintamos confundidos, incluso traicionados, por las instituciones que prometieron representarnos. Sin embargo, este acontecimiento no es un hecho aislado. Es el resultado de una cadena de actos que reflejan corrupción e ignorancia que hemos permitido como pueblo: creer que los partidos políticos están de nuestro lado.
Es momento de reconocer una dolorosa verdad. Los partidos políticos, sin importar sus siglas, no están interesados en nuestro bienestar. Hemos caído en la trampa de pensar que defendiendo a uno u otro estamos defendiendo a México, cuando en realidad solo defendemos los intereses de unos pocos. PRI, PAN, PRD, PT, Partido Verde, Movimiento Ciudadano, Morena… ninguno de ellos se preocupa por nosotros, por nuestras familias. Cada partido y cada uno de sus integrantes tiene una agenda personal, una ambición propia, y mientras nosotros seguimos depositando nuestra confianza en ellos, el país sigue desmoronándose a nivel político y en el Estado de derecho.
Como sociedad, hemos cometido el error de aferrarnos a la idea de que algún partido puede salvarnos. No es así. Ninguno de ellos tiene una solución mágica a los problemas que nos aquejan, y no podemos esperar que lo hagan. Es una locura defender a quienes ni siquiera saben lo que significa vivir como la mayoría de los mexicanos: luchando cada día por un futuro mejor.
Es comprensible que en este escenario nos sintamos desesperanzados. Pero es importante recordar que nuestro país no es solo sus instituciones corruptas, ni las decisiones políticas que tanto nos indignan. México es mucho más. Es su gente, su cultura, su historia, sus colores. México no se define por los errores de unos cuantos, sino por la fortaleza y resiliencia de sus ciudadanos. Aunque las cosas parezcan estar terribles, tenemos que aferrarnos a lo positivo. Existe un México vibrante, lleno de vida y creatividad. Un México que se levanta todos los días, que trabaja y sueña con un futuro mejor. Esa es la esencia de nuestro país, no los titulares que dominan los medios ni los escándalos que manchan a nuestros gobernantes.
Debemos dejar de esperar que la solución venga de arriba. No basta con señalar el problema. Debemos reenfocar nuestros esfuerzos. Es crucial dejar de poner nuestra esperanza en la política. Como dijo un senador: “Para salir del hoyo, hay que dejar de cavar”. Continuar creyendo que los políticos nos salvarán es seguir cavando un hoyo del que cada vez será más difícil salir.
La verdadera esperanza para México radica en tres pilares fundamentales: la educación, la información y el sector privado. La educación nos permitirá formar generaciones más críticas, más conscientes y menos manipulables. Sin educación, seguiremos siendo un país donde pocos entienden el verdadero funcionamiento del Estado, lo que facilita que los poderosos manipulen al pueblo. Necesitamos una ciudadanía informada, capaz de cuestionar y de participar activamente en la construcción de un país más justo.
La información nos dará las herramientas para comprender mejor nuestro entorno y tomar decisiones más informadas. Vivimos en una era donde la desinformación puede causar tanto daño como las peores políticas públicas. Por eso, debemos comprometernos con la difusión de información veraz y confiable. Solo conociendo la verdad podremos actuar con justicia.
El sector privado tiene el potencial de generar crecimiento, empleos y oportunidades reales. Debemos impulsar el emprendimiento, la innovación y la inversión privada. No podemos esperar que el gobierno resuelva todos nuestros problemas. Las empresas y los pequeños negocios son motores de cambio y progreso.
Es importante, sin embargo, hacer una distinción entre los políticos y los verdaderos servidores públicos. Mientras que el político está enfocado en la lucha por el poder, el servidor público tiene una misión distinta: servir al pueblo, no servirse de él. Un servidor público genuino se guía por el compromiso de mejorar la vida de los ciudadanos. Aunque la corrupción y el abuso de poder son problemas profundos, no todos los que ocupan una posición en el gobierno son parte de este ciclo vicioso. Hay servidores públicos que luchan por hacer la diferencia, quienes mantienen su vocación de servicio a pesar de las adversidades.
No podemos seguir invirtiendo en una política irremediablemente corrompida. La política, en su esencia, es una lucha por el poder. Y el poder tiene la capacidad de enfermar a las personas. Los partidos no son la solución, nunca lo han sido. La solución está en nosotros, en nuestra capacidad de organizarnos y apoyar a quienes lo necesitan, no “por la patria”, sino por la gente.
Es hora de cambiar nuestra mentalidad. No se trata de abandonar nuestro país, sino de dejar de esperar que otros lo arreglen. Debemos enfocarnos en construir un futuro mejor desde abajo, desde nuestras pequeñas acciones cotidianas.
México es más grande que cualquier político, que cualquier partido. Mientras sigamos creyendo en nosotros mismos, nuestro país tendrá esperanza