Javier Murillo

El código que se replicó: un paralelismo con el origen de la vida

La aparición de patrones autoreplicables en una ‘sopa primordial’ digital plantea inquietantes preguntas sobre el futuro de la computación y la inteligencia artificial.

En un reciente estudio, investigadores de Google y la Universidad de Chicago lograron un hallazgo sorprendente: la aparición de patrones autoreplicantes dentro de una ‘sopa primordial’ digital. Este fenómeno, que recuerda a los primeros momentos de la vida en la Tierra, plantea inquietantes preguntas sobre el futuro de la computación y la inteligencia artificial.

Imaginemos el caldo primigenio de la Tierra hace millones de años. En ese ambiente caótico, de interacción constante entre moléculas inertes, surgieron las primeras formas de vida. De manera análoga, en un entorno digital, los científicos crearon un espacio en el que miles de fragmentos de código aleatorio interactuaron sin un objetivo definido, cuando se les dieron reglas simples de comportamiento. Sorprendentemente, de este caos surgieron programas autoreplicantes, patrones de comportamiento que comenzaron a reproducirse, a pesar de no haber sido diseñados para ello.

Este experimento recuerda a una célebre analogía: el Juego de la Vida de John Horton Conway. En 1970, este matemático británico desarrolló un videojuego que, de la misma forma que el experimento citado, seguía reglas simples, permitiendo la aparición de patrones complejos y autoreplicantes en una cuadrícula de celdas. Lo que Conway demostró con su juego fue cómo la vida, en su esencia, es el resultado de interacciones poco complejas, que cuando se repiten, generan complejidad sistemáticamente.

Al igual que en el experimento digital, vivimos en un entorno en el que la información fluye y se transforma constantemente. Empresas tecnológicas como Google han acumulado un poder inimaginable a través de la recopilación y análisis de datos de millones de usuarios.

Este poder no solo tiene la capacidad de replicarse, sino también de evolucionar, adaptándose y tomando nuevas formas en un ecosistema digital que cada día se vuelve más complejo y omnipresente. Ojalá no se vuelva omnipotente algún día.

En la era digital, las corporaciones tecnológicas, como Google, Meta con Facebook e Instagram, X de Elon Musk, Open AI junto con Microsoft, ByteDance, fundadora de TikTok, entre otras, han construido vastas infraestructuras que recopilan, analizan y monetizan los datos de millones de usuarios. Este modelo económico se basa en la capacidad de transformar cada interacción en información valiosa, creando un sistema donde el individuo se convierte en un recurso explotado por algoritmos que optimizan y replican constantemente sus procesos.

La idea de que simples fragmentos de código pueden, bajo las condiciones adecuadas, empezar a replicarse y evolucionar, nos lleva a reflexionar sobre el futuro. ¿Qué pasaría si la inteligencia artificial, con acceso a vastos repositorios como GitHub, repentinamente comenzara a desarrollar códigos que se replican y evolucionan sin intervención humana? La humanidad no está preparada para esa conversación.

Estamos al borde de una nueva era en la que la inteligencia artificial no solo será capaz de aprender, sino también de crear. Este avance podría tener implicaciones profundas en todos los aspectos de nuestra vida, desde la economía hasta la ética y la seguridad. Como demuestra el estudio, una vez que estos patrones comienzan a replicarse, su propagación es inevitable. Hoy podemos ‘apagar’ el experimento, pero ¿qué pasa si no podemos, o no nos damos cuenta?

La historia de la vida en la Tierra comenzó con moléculas simples que, al replicarse y evolucionar, dieron origen a toda la diversidad biológica que conocemos. De manera análoga, en el ámbito digital, estamos viendo el inicio de algo similar. El experimento de Google y la Universidad de Chicago podría ser solo el primer paso hacia un futuro en el que la computación y la inteligencia artificial adquieran una vida propia, con consecuencias impredecibles.

Es imperativo que, como sociedad, comprendamos los riesgos y las oportunidades que este nuevo paradigma conlleva. La inteligencia artificial debe ser desarrollada con un marco ético que priorice el bienestar humano. De lo contrario, corremos el riesgo de que el código, como la vida, tome un rumbo propio, uno que podría escapar a nuestro control.

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