Javier Murillo

El amanecer del cyborg: el experimento Neuralink y el nuevo lenguaje del poder

El 3 de marzo de 2025 Neuralink registró la propiedad dos palabras que deberían preocuparnos tanto como fascinarnos: Telepathy y Telekinesis.

Imagina un mundo donde tus pensamientos no solo son tuyos, sino también un puente hacia lo imposible: mover un cursor sin manos, “hablar” sin palabras o ver sin ojos. Este no es un guión de ciencia ficción, sino el presente que Neuralink, está tejiendo para nosotros.

El 3 de marzo de 2025 Neuralink registró la propiedad dos palabras que deberían preocuparnos tanto como fascinarnos: Telepathy y Telekinesis. La primera sugiere la posibilidad de comunicarnos sin palabras. No más intermediación lingüística. Pensamiento puro transmitido entre cerebros. ¿Qué pasa cuando la conversación deja de ser conversación y se vuelve transmisión? ¿Qué ocurre con la intimidad, con el silencio?

La segunda, Telekinesis, proyecta el control de objetos con la mente. Drones, brazos robóticos, quizás ciudades enteras en el futuro. ¿Estamos listos para una generación de líderes —o de corporaciones— que piensen y ejecuten al mismo tiempo, sin filtros? La interfaz cerebro-máquina no es solo un hito clínico; es una disrupción en la relación entre intención, acción y poder.

Al más puro estilo de los X-men. No empezó con una explosión, sino una pequeña chispa —una imagen, una palabra, un avance quirúrgico— que nos obligará a redefinir lo que significa ser humano. Todo empezó el 19 de marzo de 2024, mientras muchos miraban hacia Marte, la revolución sucedía más cerca: en el cráneo de Noland Arbaugh, un joven tetrapléjico que, gracias a Neuralink, volvió a mover el mundo. No con las manos, sino con el pensamiento.

Neuralink ha cruzado ese umbral del que la ciencia ficción advertía con temor y deseo. En lugar de replicantes, tenemos electrodos. En vez de almas atrapadas en máquinas, tenemos cerebros conectados a computadoras, a visores, a drones. Lo que parecía lejano ya es un programa piloto. Y como toda gran tecnología disruptiva, no solo cambia lo que hacemos, sino lo que somos.

Arbaugh no es solo un paciente. Es la primera iteración de un nuevo tipo de humano: uno que traduce impulsos neuronales en acciones digitales. Navega por internet, juega ajedrez y recorre mundos virtuales sin mover un músculo. El implante N1, un chip del tamaño de una moneda implantado en su cráneo, con mil veinticuatro electrodos insertados en la corteza cerebral, le permite controlar una computadora con el pensamiento. Parece ciencia, pero es política. Es biopoder.

Desde ese primer caso exitoso, Neuralink ha sumado nuevos pacientes. El segundo voluntario fue en julio del 2024, cuando “Alex” fue implantado. En enero de 2025, un tercero. Y según Neuralink, la meta para este año es llegar a 30 personas conectadas a esta interfaz. Cada uno de ellos representa un dilema ético, médico, legal y filosófico. Porque si podemos restaurar, también podemos ampliar. Y si podemos ampliar, inevitablemente querremos controlar.

Neuralink no solo quiere restaurar funciones perdidas, quiere crear una simbiosis entre el humano y la inteligencia artificial. En sus palabras: “para que no quedemos obsoletos”. Pero la pregunta real es: ¿quién quedará fuera? Porque si este tipo de tecnología se convierte en ventaja cognitiva, física o estratégica, estamos frente a una nueva forma de desigualdad: los neuroricos versus los neuropobres. Hasta en cyborgs hay niveles…

Hay belleza en el testimonio de Arbaugh, sin duda. Y esperanza para millones. Pero también hay una advertencia implícita. Cada avance de Neuralink es un mensaje: el cerebro humanos es el próximo territorio a colonizar. En este juego ya no se trata de datos o plataformas; se trata de pensamientos. Y cuando lo que está en juego es la arquitectura misma del deseo y la intención, debemos ser más que espectadores maravillados. Debemos ser críticos, estrategas, ciudadanos.

Hoy, 24 de marzo de 2025, no estamos viendo el futuro. Estamos participando en él. Los cyborgs ya no son metáforas: son ciudadanos beta de un nuevo orden. Frente a ellos, nos toca decidir no sólo qué tecnologías aceptamos, sino qué humanidad queremos preservar. Porque quizá el próximo poder no será mover un cursor con la mente, sino mover conciencias. Y eso, créanme, no será neutral.

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