Al mes de diciembre del 2023, la inflación al consumidor en México se ubicó en 4.66 por ciento, sensiblemente por debajo de su pico en 8.70 por ciento (impreso en agosto del 2022). Tal descenso no ha sido de los más pronunciados ni veloces en la actual fase de desinflación que exhiben buena parte de los países tanto desarrollados como emergentes, pero tampoco ha sido de los de menor disminución. Es justo decir que el descenso ha sido razonable, sobre todo al reconocer que ha sido promovido no solo por los precios de los bienes y servicios usualmente volátiles, sino también por los precios de aquellas mercancías y servicios con dinámicas más graduales y ligadas al ciclo económico (inflación subyacente). Dicha inflación, ha descendido desde una tasa anual de 8.51 por ciento en noviembre del 2022 hasta 5.09 por ciento al cierre del año pasado. Además, el consenso de analistas pronostica que, durante el presente año, tales descensos se extenderán hacia niveles cercanos al 4 por ciento -regresando así muy cerca de los niveles promedio históricos para México.
Lo anterior sin duda son noticias alentadoras. Sin embargo, vale la pena hacer un par de reflexiones sobre lo que realmente representa el descenso en inflación para los bolsillos y calidad en el consumo.
Por un lado, como resultado de la confluencia de diversos choques tanto de demanda como de oferta, el índice de precios al consumidor (INPC) ha acumulado un incremento de veinte por ciento en los últimos tres años. Por sí mismo, lo anterior ha significado una erosión en el poder de compra de la canasta representativa medida a través del INPC. Una vez dicho lo anterior, conviene mencionar que el descenso del que hemos hablado hasta ahora se ha presentado en el ritmo de crecimiento anual en precios y no en los precios en general. En este sentido, el consenso de analistas (y autoridades) se encuentra lejos de anticipar un periodo deflacionario. Es decir, no se espera una caída generalizada y sostenida en precios sino una moderación en el ritmo de su incremento anual.
Dicho lo anterior, el atemperamiento observado hasta ahora y eventual recuperación del poder adquisitivo, no vendría de una caída generalizada en precios sino por el lado del ajuste al alza en los salarios nominales. La conveniencia de incrementos salariales similares o superiores al ritmo de la inflación anual es otro tema a discutir, lo relevante por el momento es no confundir un descenso en la inflación con uno generalizado en los precios de los bienes y servicios que consumimos.
Por otro lado, en el ámbito de la calidad de nuestro consumo, vale la pena recordar la existencia de un fenómeno palpable en los últimos tres años: ‘reduccinflación’ (shrinkflation, en inglés). Es decir, en los últimos tres años, no solo los precios de los bienes y servicios que consumimos se han elevado, sino que también algunos elementos de nuestras canastas de consumo han sufrido cambios que pretendían compensar el aumento en costos de producción a través de vías distintas al precio del bien o servicio final.
En general, el fenómeno de ‘reduccinflación’ lo hemos observado en diversas formas, teniendo como finalidad mantener la percepción de precios estables a costa de la reducción de presentaciones, reformulaciones o ajuste en porciones. Por ejemplo, nuestro restaurante favorito habría introducido nuevas vajillas de tamaño más reducido o ajustado recetas o menús privilegiando la rentabilidad sobre la calidad o abundancia de ingredientes o porciones. Algunos alimentos habrían migrado a presentaciones ‘económicas’ de menor precio unitario pero mayor precio por gramo. En el caso de algunos servicios, éstos habrían reducido al mínimo sus amenidades o conveniencias adicionales a su servicio específico en un esfuerzo por conservar o elevar en menor medida su precio (por ejemplo, no más cappuccino gratis mientras aguardas tu servicio automotriz periódico).
Tomando en cuenta lo anterior, es importante reconocer que, en el corto plazo, los precios podrían disminuir su ritmo de incremento, pero la calidad, presentación o propiedades del producto o servicio podrían tomar tiempo en volver a lo que solía ser -si es que algún día vuelven. Lo anterior seguiría teniendo implicaciones en la calidad del consumo que efectuamos día a día en un ambiente post-inflacionario.
La primero de las aclaraciones que he hecho en el presente artículo (descenso en inflación no es descenso en precios) podría ser obvio para muchos, la segunda ya no tanto (“reduccinflación”). Las anteriores consideraciones no son las únicas, dedicaré una entrega posterior a algunas otras consecuencias post-inflacionarias que no debemos perder de vista.
Joel Virgen es analista económico del sector financiero con sede en Nueva York, EUA. Sus opiniones no necesariamente representan las de una institución financiera en particular.
Twitter: @joelvigen