Creció en una zona petrolera pero la riqueza la vio de lejos, allá en la Ciudad de México, principalmente, a donde iba a parar todo. Ganar la presidencia cambiaría todo.
En su mente fijó una meta: distribuir entre la gente directamente las ganancias que genera la venta de crudo y de combustibles. La lógica fue impecable durante años: acabar con la corrupción quitaría riqueza a gobernadores ladrones y funcionarios públicos impunes, y ese capital quedaría en manos de gente justa, pero desafortunada, que no tuvo oportunidades.
Pero el destino es una fiera. Para cuando llegó a Palacio Nacional, se había acabado la bonanza del yacimiento de Cantarell, las refinerías estaban en condición de penoso abandono y Pemex, que siempre soñó tener bajo su control, contaba con una deuda que hoy luce impagable. No fue su culpa, pero la realidad es terca.
En todo lo anterior, el presidente Andrés Manuel López Obrador –tal vez con gente más talentosa en su equipo– podría influir un poco para cambiar las cosas, pero obvió el talento y en eso llegó el 26 de mayo de 2021. Ayer, finalmente gente con dinero o con poder respondió que detengan la masacre. Que las emisiones deben parar.
Exxon y Shell, empresas conocidas por todos, recibieron cada una impactos sin precedentes de dimensiones que todavía no pueden cuantificarse. Les cambió el negocio el mismo día.
La empresa con sede en los Países Bajos fue condenada por tribunales de su país a reducir 45 por ciento sus emisiones de bióxido de carbono hacia 2030 con respecto a 2019, una meta muy superior al 20 por ciento que la holandesa había proyectado para el final de la década. Eso implica vender forzosamente menos combustibles, si no quiere que le cierren el negocio.
Shell ya se había anticipado prometiendo una baja a la mitad en el volumen de ventas de derivados de petróleo para 2030, pero ahora deberá acelerar más, por ejemplo, vendiendo más refinerías.
Ayer consigné aquí que lleva tres negociadas, una de ellas es la de Deer Park que comprará Pemex, y también el miércoles la empresa avisó todavía de una venta más, en Mobile, Alabama. Son cuatro en menos de un mes, parece remate.
El juicio en contra de Shell procede de una demanda de Milieudefensie, rama holandesa de Amigos de la Tierra que denunció ante los jueces que la petrolera está informada desde los sesenta de que el cambio climático es un peligro y consecuentemente delinquió al contaminar a sabiendas, violando con ello la Convención Europea de Derechos Humanos.
La compañía europea apelará el fallo, pero aún y cuando le dieran la razón, enfrentará el bombardeo que cae sobre las petroleras de parte de gente que pide detener el calentamiento global.
Ayer mismo, en la mesa más importante de Exxon se sentaron dos nuevos consejeros ambientalistas que conforme con las reglas de la petrolera podrían subir a un miembro más, conformando con ello una cuarta parte del consejo de administración de la compañía.
De acuerdo con Bloomberg, solo requirieron una minúscula inversión de 52 millones de dólares en acciones que usaron hábilmente para su propósito de forzar a la empresa a aceptarlos.
Su intervención propiciará decisiones en el sentido de inversiones responsables en materia ambiental.
Luego está lo del otro gigante: Chevron. En plena reunión anual, un 61 por ciento de sus accionistas votó a favor de una propuesta para reducir emisiones, misma que va en contra de lo que solicitaron los directores de la compañía.
Estas petroleras, las más poderosas del mundo, se devalúan rápidamente y pedirán pronto suelo parejo para todas las petroleras.
Podrán exigir además que los fabricantes de coches hagan su parte para no cargar solas con todo el costo de desplomar el valor de sus acciones. Ayer, como curándose en salud, Ford salió a decir que ya tiene 70 mil pedidos para su pickup eléctrica Lightning EV F150, la misma que condujo el presidente ambientalista Joe Biden hace unos días.
No parece haber retorno a un escenario de crecientes petroleras. Lo dijo explícitamente hace unas semanas el director de Shell, Ben van Beurden.
Se fueron los ‘mejores’ días. El destino de ese negocio no tiene que ser el de México ni el de su presidente. Despertar del sueño petrolero es imperativo. Hay mucho por hacer.
El autor es director general de Proyectos Especiales y Ediciones Regionales de El Financiero.
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