En el mapa político nacional, el expresidente mexicano es el mejor ejemplo de la tercera ley de Newton.
Quienes veneran al actual mandatario Andrés Manuel López Obrador, tienen un sentimiento igual de fuerte, pero en sentido contrario hacia la persona del expanista. A Felipe Calderón lo aman o lo odian, sin puntos intermedios, aparentemente.
Las pasiones han nublado la visibilidad de algunas de las actividades más atractivas que tiene el oriundo de Michoacán, ahora sin la presión de cuidar el Palacio Nacional.
Va un ejemplo: tiene a cargo la misión de que los coches de la Fórmula 1 usen un combustible sustentable que no dependa del petróleo.
Desde hace tres años, Calderón ostenta la presidencia de la Comisión de Medio Ambiente y Sostenibilidad de la FIA, autoridad de la competencia más popular de autos de carreras, que trabaja con el Departamento Técnico del organismo en ese propósito.
Al final del año pasado, el exmandatario divulgó la estrategia ambiental del organismo para consolidar el compromiso de la FIA con un futuro ‘bajo en carbono’.
“La FIA asumirá un papel de liderazgo, entre las federaciones de otros deportes, para impulsar la acción climática global”, dijo en diciembre.
¿Qué hace una federación deportiva con oficinas centrales en el Reino Unido metiéndose en un asunto de política energética global?
Una razón puede estar en una lógica defensiva. Difícilmente hay otra competencia que evidencie el gasto inútil de combustible, justamente cuando esta generación atestigua experiencias agresivas del calentamiento global.
Antes de que los gobiernos se acerquen a regular o prohibir la práctica de esta espectacular competencia, se curan en salud.
En lo concerniente a la sustentabilidad de esta justa devenida en empresa, la responsabilidad recae en un expresidente mexicano.
¿Qué autoridad podría caerles encima, en caso de no protegerse? Piensen por ejemplo en la figura monárquica del heredero a la Corona de la reina Isabel II: el príncipe Guillermo.
Este fin de semana él reconoció cinco proyectos que tienen el potencial de salvar un planeta que pide soluciones inmediatas a la destrucción de ecosistemas.
A partir de éste y durante los siguientes 10 años, su proyecto Earthshot entregará dinero –pero principalmente una influencia capaz de abrir cualquier puerta– a ganadores como el que consiguió el modo de regenerar en cautiverio corales resistentes al cambio climático, que eventualmente pueden regresar la vida a los arrecifes de Cozumel o Playa del Carmen.
La FIA o la Corona británica se involucran en tareas de salvamento del ecosistema, porque en el mundo de países desarrollados está al máximo nivel de la agenda.
Ayer, en Tabasco, el enviado presidencial para el clima, John Kerry, hizo una petición a la administración del presidente Andrés Manuel López Obrador, a nombre de Estados Unidos.
Invitó al gobierno mexicano a virar su economía hacia las cero emisiones de bióxido de carbono apostando por la energía eólica y solar.
Los mexicanos lucen todavía alejados de una agenda ambiental que resaltará el mes entrante cuando sea celebrada la reunión de la ONU, COP 26, en Glasgow, Reino Unido.
Pero no se trata solamente de los políticos. La semana pasada, en un encuentro de representantes de la manufactura automotriz, pregunté a varios de los asistentes sobre su política ESG, siglas de los criterios ambientales, sociales y de gobierno corporativo que deben seguir todas las empresas, impulsadas ahora por bancos centrales y comerciales del mundo.
Muy pocos supieron acerca de lo que les cuestionaba. Acaso Kristin Dziczek, del estadounidense Centro de la Investigación Automotriz (CAR), advirtió que esto ya es un asunto crítico para Wall Street y por consecuencia, también para las empresas de manufactura que cotizan en mercados internacionales.
En el país, solamente expertos como el exejecutivo de Volkswagen, Thomas Karig, quien vive en Puebla, parecen saber de qué va ese asunto.
Ese asunto deriva justamente en iniciativas como la creación de un combustible sustentable en Fórmula 1, como el que por razones del destino, defiende Calderón.
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