Todavía al inicio de este siglo fue común ver la marca Marlboro pintada sobre esos coches. Dominaba sobre otras, en esas naves que condujeron pilotos tan reconocibles como Ayrton Senna que celebró campeonatos portando en el pecho la insignia de los cigarros de Philip Morris. Por ahí otro vehículo lució algunos días la de Camel y algunos recordarán incluso la de John Player Special.
Ayer, durante la carrera de Barcelona, las marcas que lucieron en la Fórmula 1 representan, debidamente, otra era. Ya no hay cigarros.
Los que cruzaron en primero y segundo lugar lucían en los alerones la de Bybit, en los carros de Max Verstappen y de Checo Pérez, quien cedió el triunfo a su compañero de Red Bull. Los que venían atrás mostraban discretamente la de FTX, al alcance de las manos de George Russell o de Lewis Hamilton, en Mercedes.
Bybit y FTX son en esencia lo mismo, casas de cambio. Con sus herramientas, la gente puede cambiar sus pesos, euros o dólares por criptomonedas. Crypto es quizá la marca más visible en esta actividad.
Como sus competidores que se cuentan quizá por decenas, están montadas en una pila de dinero aportada por inversionistas ávidos de hacerse de un trozo de un nuevo mercado que definitivamente tiene futuro. No todas van a sobrevivir.
Sigue presente, pero… ¿quién usa Yahoo! hoy? Entre todos los motores de búsqueda fue Google la que prevaleció.
Hoy, Explorer parece ir de salida y por el contrario, Chrome sigue ascendiendo entre los navegadores. Casi nadie recuerda Netscape, comprada por AOL, ambas desaparecidas después de recibir millones en capital, antes de que reventara la burbuja de los punto com.
El año pasado, varios ejércitos armados con miles de millones de dólares repartidos indiscriminadamente por la economía estadounidense, estructuraron sus propios arsenales de empresas, fondos de inversión que compraron pequeñas compañías con alto potencial, en teoría.
Entre ellas están esas startups que establecieron exchanges como los mencionados. Empresas que compran y venden esas nuevas ‘divisas’ creadas a partir del nacimiento del bitcoin.
Pero no fueron las únicas. Bajo el término de fintech, cientos de compañías surgieron y siguen naciendo en el mundo para atender al público en una sucursal bancaria que ya no está en la banqueta, sino en los smartphones.
El 2021 fue especial. La abundancia de dólares en el mundo propició una proliferación de ‘unicornios’ cuyo valor supera los mil millones de dólares. Muchos de sus líderes usan el dinero para hacer publicidad, ganar fama y con suerte mayor valor, en el ánimo de revender la empresa y ganar la utilidad en un siguiente intercambio.
Hoy, en 2022, en un mundo más serio ante el cruce del final de la pandemia con el inicio de una guerra que deriva en escasez, la gente analiza si esas valoraciones que obtuvieron las empresas tecnológicas tienen sentido.
Las compañías que ya son públicas y conocidas dan pistas. El Nasdaq, ese mercado estadounidense en el que Microsoft, Apple, Alphabet y otras empresas tecnológicas ofrecen sus acciones a cambio de dinero, acumula una caída de 27 por ciento este año.
¿Acaso las empresas que aún no llegan a esos estándares son inmunes? No, todas las empresas se devaluaron desde el inicio de la guerra en Europa, pero nadie sabe cuánto.
La semana pasada conversé con el fundador de una tecnológica involucrada en el negocio inmobiliario, quien ha recibido inversiones superiores a 500 millones de dólares. Es un tipo que está dejando atrás sus treintas y que opera el negocio desde hace unos 10 años.
Reconoció sin dudarlo: los fondos de capital ya dejaron atrás el growth y ahora se enfocan en el value. Dicho de otra manera, hasta el año pasado, lo que contaba era el sustento de los emprendedores que pudieran contar una historia de que podían comerse el mundo rápidamente. Así nacieron Uber y Airbnb, incluso la mexicana Clip, que sin darnos cuenta se metieron en nuestras vidas.
Ahora lo que importa es el valor. ¿Cuánto has facturado ya y por qué? ¿Qué tanto puede crecer ese número? Ese cambio de razonamiento modifica el análisis de las startups y de los incentivos para crearlas.
Muchas habrán quedado en saliva y perderán valor. Puede romperse una burbuja.